Patricia Lombardi. Psiquiatra. Psicoanalista. CSMIJ FNB
A) Las raíces éticas
En el seminario que Jacques Lacan dedicó enteramente al tema de la ética, él se pregunta –y es lo que tomaré como primera referencia para hablar sobre la ética en la clínica infanto-juvenil– si en relación a las raíces del sentimiento ético podemos desinteresarnos de éstas, “en beneficio de preocupaciones más inmediatas como es la acción simplemente terapéutica”(1).
Observación que permite, me parece, abrir una puerta para situar la cuestión y no solamente en los equipos de salud mental; es decir, para interrogar el modo de respuesta a la demanda y, con ella, el activismo terapéutico que desconoce el resorte del inconsciente.
Hay que tener en cuenta que el CSMIJ es un centro de asistencia público y recibe como tal una variedad de peticiones, ya sean de asesoramiento, diagnóstico o tratamientos y que cuenta con programas específicos como es el TMG, específico en tanto privilegia la atención de estos pacientes con patologías muy graves. Ahora bien, más allá de la petición que se nos haga o del programa en que ajustemos nuestra intervención, tengo que decir que la modalidad de trabajo es bastante uniforme en nuestro centro en comparación con otros, y lo es por la orientación teórica de sus profesionales.
Esto tiene consecuencias, ya que contrariamente a la corriente actual en política de cuidados que pide o exige una uniformidad “protocolar” del tratamiento para un determinado “trastorno”, nuestra modalidad es recibir los síntomas como un acontecimiento siempre singular en el cual el sujeto en cuestión está atrapado. Esa singularidad intentaré ejemplificarla con los casos.
Para avanzar sobre esto, sobre el modo de acoger y tratar la demanda tomaré otra referencia de Jacques Lacan. Se trata de su intervención en una mesa redonda sobre “Psicoanálisis y medicina” en el hospital de la Salpêtrière, en París(2).
Allí Lacan interroga la clínica y su ética cuando se pregunta sobre los límites de la intervención médica. En estos “límites” –tan ampliados actualmente por la ciencia aplicada al organismo– él se pregunta de modo visionario (son los años sesenta, luego vendrán los Comités de ética a intentar poner un poco de orden):
“¿Dónde está el límite en que el médico debe actuar y a qué debe responder?” Contestando que, a su criterio, debe responder a algo que se llama demanda.
Introducir la demanda es introducir algo más que un pedido:
“Cuando el enfermo es remitido al médico o cuando lo aborda, no digan que espera de él pura y simplemente la curación […] A veces viene a demandarnos que lo autentiquemos como enfermo […].”
Esta torsión nos introduce de lleno en el problema. Jacques Lacan da un ejemplo de esa brecha que se abre:
“¿Necesito acaso evocar mi experiencia más reciente? Un formidable estado de depresión ansiosa permanente, que dura desde hace ya más de veinte años, el enfermo venía a buscarme aterrorizado de que yo le hiciese lo más mínimo. A la sola proposición de volver a verme cuarenta y ocho horas más tarde, la madre, temible, que durante ese tiempo había acampado en mi sala de espera, había ya logrado tomar disposiciones para que nada de eso ocurriese.”
“Ésta es una experiencia banal, sólo la evoco para recordarles la significación de la demanda […] la estructura de la falla que existe entre la demanda y el deseo […] no es necesario ser psicoanalista, ni siquiera médico, para saber que cuando cualquiera, nuestro mejor amigo, sea hombre o mujer, nos pide algo, esto no es para nada idéntico, e incluso a veces es diametralmente opuesto a aquello que desea.”
Puedo decir que una interrogación (tácita) acompaña nuestra escucha:
Dices esto, pero ¿qué querrá en ti, en la repetición de esa queja, en la insatisfacción, en el malestar que habitas?
Antes de iniciar los relatos clínicos, quiero recordar un poema de Arthur Rimbaud. En este poema novela su amor adolescente, amor fugaz de un verano. Un leitmotiv machacón insiste:
Cuando se tienen diecisiete años
Y tilos verdes hay en el paseo,
No se puede ser serio, desde luego(3).
¿Por qué lo recordé? Porque en ese amor que burbujea no hay dolor, burbujea el deseo aunque sea efímero; esa chispa es lo contrario del síntoma. Pesada carga, potencialmente duradera, que nos obliga a tomarlo en serio y a la edad que sea, como en el primer ejemplo que nos trae esta niña de 4 años, muy decidida a poner en palabras lo que le hace sufrir. …
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