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Jorge Sosa. Psicólogo clínico. Psicoanalista. CSMIJ de la Fundació Nou Barris per a la Salut Mental.

07transtorPara entender la relación de un sujeto con el saber escolar no sólo debemos tener en cuenta el dispositivo pedagógico, la capacidad del profesor, la influencia del entorno o los procesos cognitivos que están en juego. También hay que contar con los procesos inconscientes puesto que todos los factores citados están subordinados a ellos. La investigación psicoanalítica nos enseña que no hay indicios de un instinto de saber de carácter primario y que no es evidente que los seres humanos estemos orientados naturalmente hacia el conocimiento de lo real. Más bien nos muestra todo lo contrario. Lo que se manifiesta como «deseo de saber» en un sujeto es siempre efecto de un montaje en el que reconocemos la presencia de otras pulsiones y que tiene en cierta forma una función de defensa frente a lo real, en tanto que resulta insoportable. Reconocemos por ejemplo la pulsión oral en el «hambre» de saber de ciertos sujetos o en la «inapetencia» de otros; a la pulsión anal en aquellos que mantienen con el saber una relación de posesión y dominio, una preocupación por el robo o presentan una oscilación entre el saber tomado como valor y el saber como una mierda. Podemos también reconocer a la pulsión escópica cuando el deseo de saber está sostenido por un «deseo de ver» o de «no ver», lo que nos remite a la curiosidad sexual infantil, o a la pulsión invocante cuando el saber está asociado a la satisfacción de «hacerse oír» o de «escuchar». En cualquier caso, la relación que mantiene un sujeto con los conocimientos y el uso que hace de ellos depende de su relación con lo inconsciente, es decir, con el sentido que ha tomado para él su encuentro con la realidad pulsional.
En las neurosis este encuentro con lo real está enmarcado por fantasías, deseos reprimidos que retornan en forma de síntomas, los cuales no son sino satisfacciones desplazadas de ese goce rechazado. Por ejemplo, un joven había comenzado a fracasar en los estudios en el momento en que iba a superar el nivel académico del padre. El síntoma adquirió su sentido cuando el sujeto se dio cuenta de que el estudio estaba asociado al deseo infantil de superar al padre en el terreno de la rivalidad edípica, deseo vivido como culpable. El fracaso escolar no era otra cosa que la manifestación del conflicto entre el goce inconsciente de esa fantasía y su amor al padre, es decir la manifestación de su culpabilidad inconsciente. Otro adolescente, atormentado desde los cinco años por la fantasía de la muerte de sus padres, no podía estudiar. En el tratamiento descubrimos que el síntoma estaba organizado a partir de una frase que sus padres le repetían constantemente: «estudia para que puedas valerte por ti mismo cuando nosotros faltemos». En este sentido, estudiar equivalía para él a la realización de ese deseo de muerte que él había rechazado con horror desde la infancia. Otro ejemplo, aunque no relacionado con el tema escolar, lo encontramos en una niña de nueve años que se veía impedida de hacer una vida normal debido a una serie de rituales que ocupaban gran parte de su tiempo. El principal de esos rituales consistía en que debía separar ciertos objetos antes de irse a dormir, los lápices por un lado, las gomas por otro, también debía hacer una barrera entre ellos, etc. Dicho síntoma obsesivo reveló su significación inconsciente cuando las gomas quedaron asociadas al género femenino y los lápices al género masculino, con lo cual el ritual representaba simbólicamente el deseo de que los padres no pudieran estar juntos durante la noche y tener relaciones sexuales. De esta manera ella podía dormirse tranquila con la fantasía de que para ellos era su objeto más preciado, la razón de su relación. Como vemos en todos estos ejemplos, el deseo inconsciente encuentra en el síntoma un modo de satisfacción articulado en el plano simbólico como una sustitución, de modo que, podemos decir que, el síntoma neurótico es la traducción en una lengua privada de un deseo entendido como una proposición que el sujeto no asumió como propia y que fue reprimida.
En cuanto a las psicosis las cosas son diferentes, pues lo rechazado, podríamos decir, es el inconsciente mismo, o sea la posibilidad de que una representación pueda ser reprimida y que pueda retornar haciéndose representar por otra en el discurso del sujeto. El campo de las psicosis se define por el hecho de que lo rechazado de lo simbólico retorna en lo real como una experiencia de pasividad ante la que el sujeto se siente completamente ajeno: una voz alucinada que lo hunde en la perplejidad, una experiencia hipocondríaca en la que el cuerpo se le vuelve extraño y habitado por fuerzas desconocidas, una pérdida de vitalidad que lo hunde en la melancolía sin razón aparente, una excitación insoportable que lo puede llevar hasta la muerte o una angustia de la que no puede decir nada. Vemos que en estos casos el sujeto no se encuentra en la situación de leer en el libro de su inconsciente el sentido de lo que le pasa, sino de intentar sustraerse o defenderse de esas experiencias vividas como una intrusión de algo absolutamente «otro». Es en este sentido que podemos preguntarnos qué papel puede jugar el saber escolar en un sujeto psicótico. Veamos entonces algunas de las posibilidades que hemos podido explorar en pacientes atendidos en nuestro servicio.

El saber como ideal

Hay casos en que el deseo de aprender está vehiculado por una identificación ideal: ser eso que el Otro (la madre o el padre, por ejemplo) desea. Esta identificación puede servirle al psicótico como soporte de su ser en su relación con el Otro, para orientarse en su vida y también para mantenerse a distancia del abismo de la psicosis. Ser buen estudiante, ser mal estudiante, ser como el padre, etc., puede funcionar como un anclaje simbólico a partir del cual se sostiene la relación con el mundo. Claro que puede ocurrir que una identificación de este tipo no sea suficiente a la hora del encuentro con el otro sexo, pues no provee al sujeto de un saber cómo arreglárselas con el deseo. Por eso nos encontramos que en la adolescencia se pueden producir crisis y desencadenamientos psicóticos en los que la relación con el saber escolar queda profundamente tocada. Tomemos un caso como ejemplo: un joven realizó hasta los dieciséis años el ideal paterno de ser «un excelente estudiante». Llegado a esa edad, la solución encontrada en la infancia para sostener su relación con el deseo ya no le sirvió, pues nada de eso le ayudaba a la hora de acercarse a una chica, no se sentía capaz. Entonces cayó en una gran depresión, ya no pudo estudiar y empezó a sacar malas notas. Ante esta situación, el padre comenzó a tratarlo mal, a insultarlo, a hablarle con desprecio y crueldad, revelando una faceta que el sujeto desconocía. Llegado a este punto, el sujeto ya no se podía concentrar ni entender nada y al cabo de unas semanas empezó a oír una voz que se dirigía a él, aunque sin poder entender lo que le decía. Estaba perplejo y angustiado. Durante el tratamiento, que incluyó un trabajo con los padres, el padre pudo ceder un poco respecto a lo que esperaba de su hijo y esto le permitió al joven evitar esa confrontación sin mediación con un padre que le resultaba terrible. En cambio podía hablar con su madre y apoyándose en este diálogo además del tratamiento pudo reconducir sus proyectos y evitar el abismo que se abría cuando se confrontaba a su padre. «Mi padre ahora está centrado en mi hermana y a mí me deja tranquilo», me dijo un día. En cuanto a la relación con las chicas, se convirtió en un problema que él pudo nombrar como «timidez», abocándose a la tarea de buscar su estilo, su manera particular de acercarse a ellas. Comprobamos en este sujeto que no hay ningún indicio de que haya recibido del padre una versión de lo que es gozar de una mujer. Más bien es a su hijo a quien el padre toma como objeto de un goce cruel y descarnado. La salida encontrada por este adolescente, sustentada en el vínculo con su madre y poniendo distancia con el padre, evidentemente no nos asegura que sea una solución para toda la vida, pero no deja de ser una solución y un progreso subjetivo, puesto que pudo rehacer su relación con lo real a partir de otros elementos y colocar a su hermana entre su padre y él, hasta el punto de convertirse en su protector y consejero.

El saber delirante

En otros casos la irrupción de la psicosis hace estallar la imagen que el sujeto tenía de sí hasta ese momento y que sustentaba sus relaciones con el mundo obligándolo a reconstruir todo a partir de la certeza que introducen los «fenómenos elementales». Es el trabajo que realiza el delirio en tanto no es exactamente la enfermedad sino el intento de curación, es decir la elaboración de un saber particular que permita integrar y dar sentido a esos fenómenos que son vividos en principio con angustia y extrañeza. Evidentemente esto puede trastornar la relación del sujeto con el saber escolar. Se puede dar el caso de que evite ciertas áreas del conocimiento porque lo conducen a lo más insoportable de sus certezas delirantes, cosa que puede manifestarse bajo la forma de una inhibición en determinadas asignaturas o apartados del saber, o también puede ocurrir que los temas escolares pasen a formar parte del sistema delirante con lo cual esos contenidos empiezan a obedecer a otra lógica y a dar resultados sorprendentes que confunden a los profesores. Puede suceder también que el saber escolar deje de tener importancia o que por el contrario le aporte elementos para construir su respuesta delirante. Un ejemplo puede ser el de un muchacho que llegó angustiado por el temor de suicidarse. En las primeras sesiones pudo recordar que algunos años atrás había estado angustiado por la idea de que era homosexual, cosa que había conseguido rechazar de su mente al cabo de cierto tiempo. El nexo entre estos dos períodos de su vida lo encontró cuando explicó que poco antes de empezar a temer suicidarse había leído la historia de un hombre que se había pegado un tiro después de llegar a la conclusión de que era homosexual. Su trabajo subjetivo en el tratamiento no se orientó en el sentido de una construcción delirante sino que fue hacia un apuntalamiento de su identificación viril y de su amor por la vida, pero un día pude tener cierta idea del núcleo delirante de su padecimiento. En efecto, me contó que una vez en el cine tuvo que dejar de ver una película en el momento en que unos extraterrestres colonizaban la mente de las personas para convertirlas en sus esclavos. La idea que esta película insinuaba para él hizo que se levantara rápidamente y se marchara como un autómata, sin hacerse preguntas. Por los comentarios alusivos que hizo pude intuir que esta idea insoportable no era una fantasía homosexual sino una idea delirante, la de ser un esclavo sexual, un objeto sometido al goce caprichoso y abusivo del Otro. Esto le había impedido continuar sus estudios y también establecer determinadas relaciones jerárquicas que para él evocaban la temática de la esclavitud, el encadenamiento y el abuso. No obstante él no delira sino que se mantiene a distancia de ese núcleo. Es de esta manera que algunos estudiantes llegan a rechazar o a fracasar inexplicablemente en ciertas tareas o en ciertas áreas del saber.

El saber como soporte imaginario

Algunas veces el hecho de estudiar y de saber forma parte de una imagen a la que el sujeto se identifica y que le permite ser «como otro», sostenerse en el lazo social mediante la identificación a un semejante tomado como referencia. En cierta forma esto lo podemos encontrar en todas las personas, pero en algunos casos de psicosis esta identificación funciona como un soporte fundamental para el sujeto. Nos percatamos del papel de esta identificación cuando estudiamos la coyuntura en que se ha desencadenado la enfermedad y comprobamos que ha sido cuando ese «otro yo», que funcionaba como referente para el sujeto en su relación con lo real, se separa de él dejándolo sin recursos. El hundimiento subjetivo puede arrastrar también la relación que el sujeto mantenía hasta ese momento con el saber escolar si ésta no estaba sostenida más que por esa identificación. Pero también podemos encontrarnos con pacientes embarcados en el esfuerzo de hacer el camino inverso, es decir, que después del desencadenamiento de su psicosis tratan de restablecer sus relaciones con el mundo y encontrar un punto de anclaje en una identificación con el semejante. Es el caso de un chico de 17 años que desde los 10 años fue tratado como hiperactivo sin que nadie reparara en los elementos que ya en esa época indicaban la existencia de una estructura psicótica. A los 16 años, la psicosis se manifiesta de manera franca en una crisis que requiere su hospitalización y de la que sale con el diagnóstico de esquizofrenia. Después de un período caracterizado por la abulia y el aplanamiento subjetivo, favorecido por el exceso de medicación con el que había llegado, comienza a elaborar las coordenadas simbólicas en las que se produjo el desencadenamiento de su enfermedad y también a hacer intentos de reinstalarse en el lazo social. Lo intenta a partir de su relación con sus amigos, quiere ser como ellos. Por eso quiere trabajar y entiende que para trabajar debe hacer una formación profesional. Hace varios intentos en este sentido y de hecho lo que lo sostiene como sujeto es ese empeño. El problema surge cuando debe someterse al dispositivo de enseñanza en donde un profesor se dirige desde una posición de autoridad al grupo de alumnos. Es un problema porque este discurso reintroduce en lo real algo de su relación con el padre que no está en condiciones de poder soportar. Por eso en esas situaciones «pasa al acto», hace cosas «sin pensar», canta, ríe, se hace el gracioso, no acepta las normas, hasta que acaba siendo expulsado. Como vemos, la identificación con el semejante no le basta para inscribirse en el vínculo social más que de una manera muy frágil, no obstante el hecho de traer estos sucesos a las sesiones le permite hacer de ello una experiencia que abre una vía inesperada. En efecto, el no soporta recibir un saber del Otro cuando éste se presenta como representante del orden social, pero sí puede «aprender de la experiencia», algo que le permite mantener a distancia la figura de un Otro perseguidor. De esta manera inicia una elaboración sobre las razones de sus repetidos fracasos y tal vez pueda incluso llegar a saber así que no toda enseñanza es necesariamente un abuso de poder.

El saber como tratamiento de lo real

Finalmente quiero referirme a lo que entiendo que es otro tipo de relación con el saber que puede darse en las psicosis. Me refiero a aquellos casos en que el sujeto intenta resolver algo de lo que le plantea su psicosis mediante un trabajo en un campo específico del saber, por ejemplo las matemáticas o la ciencia. En la literatura psicoanalítica encontramos referencias a científicos o matemáticos geniales para quienes su trabajo científico y sus descubrimientos formaron parte de la búsqueda de una solución a los problemas que les planteaba su propia psicosis. En estos casos el trabajo con el saber no es un delirio, aunque a veces esté vinculado con un proceso de este tipo. Recuerdo haber leído en la biografía de Wittgenstein escrita por Monk, una observación de B. Russell sobre Wittgenstein en la que decía que para éste último resolver ciertos problemas lógicos no era solamente una cuestión de saber sino una cuestión de vida o muerte. Algo parecido, pero en un niño psicótico, lo encontrarán en un caso relatado por Montserrat Puig en su artículo titulado «La serie y el intervalo. Clínica de un caso de TMG», publicado en la revista «L´interrogant» nº 6. Se trata de un niño que intenta, mediante una elaboración sobre las relaciones entre el «uno» y el «cero» y el «uno» y «los otros», encontrar una solución a su problema de ser infinitamente perseguido. Si entendí bien, esto se plantea como una necesidad de pasar de la repetición infinita del «uno» a la construcción de una serie numérica, lo cual implica que el «cero» sea el nombre del conjunto vacío a partir del cual se puede empezar a contar. Vemos cómo en este caso los primeros aprendizajes de las matemáticas ya le sirven al sujeto para tratar su psicosis en la medida que intenta construir un límite, una suplencia de lo que en psicoanálisis denominamos el Nombre del Padre, mediante el recurso a las matemáticas. El estatuto de esta elaboración como un modo de tratamiento de lo real es indicado por M. Puig cuando escribe: «el trabajo de Iván no es un trabajo puramente intelectual para resolver un problema, su cuerpo está afectado por él de forma a veces preocupante». En efecto, hay sujetos psicóticos para los que la investigación y el trabajo en determinado campo del saber no son concebibles como una vocación sino como un trabajo forzado, la única manera que tienen de sostener su condición de sujetos.
Para concluir quiero señalar que esta serie de casos o tipos de casos investigados en nuestra institución no tiene la pretensión de hacer un todo. Más bien intenta mostrar algo opuesto, que es posible una clínica en la que cada caso enseñe justamente lo que no está en ningún manual estadístico, es decir la solución particular que un sujeto, a veces con la ayuda de su terapeuta, ha sido capaz de encontrar para soportar lo real.

Notas
(*) Ponencia presentada en la VIII Jornada de Debat de la Fundació Nou Barris: «Formes clíniques del trastorn mental greu en l’adolescència». Barcelona, octubre de 2005.

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