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 Raúl Salmerón Romero Psicólogo CSMIJ Nou Barris 

Programa Riesgos en las Adolescencias

Hoy les quiero hablar de una propuesta que iniciamos durante el curso pasado desde el CSMIJ de la Fundació Nou Barris, con la colaboración de varios Institutos y EAP de nuestro territorio, el Programa Riesgos en las Adolescencias.

Creo importante comenzar con algunas ideas. No se puede entender (ni atender) ningún fenómeno humano sin vincularlo a su momento histórico. Este tal vez sea el del más allá de la posmodernidad. La soledad, la urgencia y la dificultad para encontrar sentido, son algunos de los elementos que nos traspasan y habrá que darles cabida si queremos acompañar los cambios adolescentes hoy. 

Si aquí nos convoca hablar de riesgos y desamparos, podemos pensar que, no ya el riesgo (que, veremos, puede tener una vertiente vital), si no lo destructivo, lo mortífero, en cada transición adolescente, puede intensificarse en la confluencia con un cierto desamparo generalizado actual. De alguna manera, también vitalmente, cabe recuperar estructuras y formas de “amparo”. Y no orientadas por la sobreprotección o el control, sino por la estabilidad y la constancia, por el reconocimiento, el respeto y la disposición al encuentro con esos jóvenes en construcción. Lugares donde sea posible la palabra.

Nosotros, los profesionales no escapamos de una lógica en la que, cada vez más hay menos tiempos de presencia real y de espacio para comprender. Sobreexigidos actuamos, también, a menudo, hiperactivamente. Pero sabemos que las trasformaciones precisan de vacíos productivos, de un pensamiento crítico que guíe la acción, no únicamente de la acumulación de información y de un “hacer cosas”.

En cuanto al Programa, fuimos convocados, de partida, por las problemáticas que presentan algunos adolescentes en los institutos. En nuestro campo acostumbramos a partir tomando del hilo que nos prestan los síntomas y ahí nos encontramos con jóvenes desmotivados, que no aprenden, que se agitan, que se enfrentan, que agreden o son agredidos, que abandonan o se pierden en su recorrido formativo, chicos que, de diferentes maneras, pueden virar a una exclusión más radical… 

Por el otro lado, algunos educadores nos hablan de que, pese a sus esfuerzos, se están encontrando con grandes dificultades en su transmisión de lo cultural, para hacerse con la autorización y la confianza de alumnos y familias, para conseguir siquiera un clima de escucha en el aula…

Y otros síntomas, sociales en este caso, como unas demandas excesivas de resultados ideales basados en lógicas de productividad y consumo, acompañados de una desvalorización de la cultura y del acto profesional. 

Nuestra propuesta ha sido generar un encuentro a través de grupos quincenales de conversación con adolescentes, por un lado y con equipo educativo y EAP por otro, mantenidos en paralelo, dentro de los mismos institutos. Espacios de palabra e intercambio que acojan el malestar de cada uno de los intervinientes. 

Entre muchas otras cosas, aprendí de M.ª José Martínez, directora de uno de los institutos y buena maestra, una idea: que la función crea el órgano. Y ello ha sido una guía: adaptarnos, en nuestra manera de hacer, a la particularidad de cada instituto, de cada grupo y de cada chico. 

¿Cómo empieza un grupo con los jóvenes? Tras haber realizado una entrevista individual con cada uno, para que decidan si quieren participar de la experiencia, el primer día, se explica el funcionamiento (que incluye la norma de confidencialidad). Cuando preguntan, casi indefectiblemente, por qué se les ha elegido, se explicita aquello que el equipo educativo ha considerado que es un problema en el aula. Por ejemplo, “la falta de respeto” o “los problemas de relación”. Y se les invita a que planteen qué opinan. Eso suele disparar que los participantes empiecen a hablar en relación a cómo piensan que son vistos y cómo cada uno ve esas situaciones. También interrogan, a menudo, si ese grupo va a servir para cambiar algo. Ahí la pregunta se les devuelve: ¿que querrían cambiar?, ¿qué les preocupa a ellos? Y lo particular comienza a emerger, la presentación, aparentemente simple, de los actos empieza a ensancharse y complejizarse. A enriquecerse. Ellos, que, a menudo, se han definido a sí mismos, de partida, como “los que cuestionan”, “los indignados”, “los movidos”, “los que se revelan”, “los diferentes”, “los que pueden”… y que, en muchos casos, han acabado planteándose cuestiones muy propias de cada uno, más allá de identificaciones grupales.  

En algunos casos y aunque no ha sido la norma, hemos tenido realmente que inventar. En ocasiones, la palabra precisa de pasos previos. Hace unas semanas varios jóvenes del grupo salieron disparados sin previo aviso a buscar material para hacer un cartel. Después, mientras lo iban realizando, fueron explicando que era para que uno de los chicos se lo diera a una amiga que le gustaba. Eso permitió empezar a hablar de su preocupación por las relaciones, lo cual, hasta ese momento, solo se insinuaba por un intenso movimiento y por los comentarios provocadores que se hacían entre ellos. En otro grupo, dada la desmesura de sus actuaciones, rompien-do material del aula, provocando, gritando, propusimos cantar, en un intento de regular a través del ritmo, aquello que les desbordaba.

Pero esos son los extremos. En general, la conversación ha sido el modo en que se ha conseguido llevar los temas. Incluso en algún caso, un participante ha querido un espacio a solas, para hablar de lo suyo. 

Los chicos en grupo lo han planteado, como un lugar “para desahogarte, para expresar, para aprender a autocontrolarte, para pensar; un espacio para que te escuchen, para que te crean, para tener tu palabra…”. Tal vez suene sencillo, pero tener y hacerse con la propia palabra, es un logro, un medio de significar algo de uno mismo. Una vía para atenuar la descarga en la acción o la depositación de lo propio en otros. Un previo para buscar otras soluciones. En opinión de Winnicott, sentirse real es lo que, fundamentalmente, busca el adolescente. 

En nuestros encuentros, los chicos, han querido hablar de cuestiones importantes para ellos: sus profesores, los estudios, los padres, la sexualidad, el amor, la amistad, las pérdidas, que es ser un hombre o una mujer, cómo hacerse respetar, las aficiones, las peleas, las drogas, la sociedad, el madurar, el derecho a equivocarse, los proyectos vitales, qué es “ser algo en la vida”…

Hay que recordar que el trabajo adolescente no es sencillo. El joven afronta cuestiones relativas a un pasado, a un presente y a un futuro. De ese pasado enfrenta duelos por pérdidas fundamentales: de su cuerpo infantil, de su rol e identidad de niño, de los padres de la infancia… Por el lado de su presente, en cambio, está esa nueva irrupción de lo corporal, los cambios en la sexualidad que se inician en la pubertad. Transformaciones que, generalmente son vividas con alienación, como una invasión, como si el propio cuerpo y sus fenómenos fueran algo ajeno. Lo que entendemos como adolescencia es una forma de sintomatizar todo lo que ello implica. Cómo alojar esa nueva oleada de sexualidad y agresividad.

Una chica, dio clara cuenta de esa extrañeza respecto de sí, al hablar de lo que le ocurría. Comenzó su discurso refiriéndose a ella misma en primera persona, hasta que, llegado el punto en que quería relatar situaciones en que se ponía agresiva, empezó a denominarse por su nombre, en tercera persona, como si fuera otra. Tiempo después planteó que creía que gritaba, insultaba, agredía… cuando no sabía encontrar la manera de decir lo que le estaba pasando.

Otra joven, para hablar de su proceso migratorio, lo expresaba de una manera muy plástica: “yo aquí…, me desconozco”.

Se impone, por otro lado, en ese presente, la inquietud en cuanto a la relación con el otro fuera de lo familiar. Hacerse un nuevo lugar en territorio desconocido, abandonar los ámbitos infantiles de dependencia. Y especialmente, la posibilidad del encuentro con lo sexual. 

En cuanto al futuro, a la angustia respecto a lo por venir, se puede asegurar que eso “los estresa”, “los raya”, en palabras de algunos de los participantes. La incertidumbre prima. “Todo está muy mal”, dicen, “el mundo se va a la mierda”. Pero ellos, vitalmente, siguen buscando. Se preguntan, en nuestros encuentros, cómo será enamorarse, si tendrán familia o no, cuál va a ser su profesión, cuánto se cobra al mes, cuánto cuesta un alquiler; cómo será ser un adulto… 

No se trata, decíamos, de buscar el control de las conductas adolescentes, lo cual, en general, suele fracasar, si no de posibilitar la opción de una cierta responsabilización, de un hacerse cargo. De que cada uno pueda encontrar otras formas, propias, que no le sometan a la exclusión o a la desvitalización melancólica. Si no le damos valor a lo que saben, como a menudo consideran que ocurre, no los habilitamos al lenguaje como medio. Si no les prestamos nuestra palabra ni escuchamos la suya, los exponemos a un desamparo que reduplica el que ya es propio de los procesos adolescentes en su separación de lo familiar.

En cuanto a los grupos de conversación con equipo directivo, EAP y otros miembros del equipo educativo, cabe dejar claro que no vamos a enseñar a los profesores cómo son los chicos y mucho menos cómo deben educarlos. Creo firmemente que, en el diálogo que hemos ido manteniendo, todos hemos aprendido mucho. 

Esto es un encuentro, de ahí que tome el formato de charla, no de asesoramiento. Un acercamiento entre profesionales, lo cual nos incluye, cada uno con un cierto saber en su campo. Un cuestionamiento que permita, en el intercambio de las maneras de entender y hacer, una nueva mirada de las cosas para cada uno. Y, por cierto, la forma en que uno mira a los adolescentes influye y mucho, en la respuesta que estos dan. 

Finiquitado el tiempo de lo patriarcal, podemos dejar de lamentarnos melancólicamente por la pérdida de la autoridad supuesta, por el “cualquier tiempo pasado fue mejor”. El trabajo horizontal, recíproco y de respeto mutuo entre diferentes profesionales y sus discursos, nos da un camino. Nos saca de la soledad, de la urgencia, de la propiedad de la verdad absoluta y de la actuación irreflexiva. Nos rompe el narcisismo y nos pone a trabajar. Esto es, también, una referencia para los chicos, que ya no pueden esperar figuras paternas idealizadas con las que identificarse, pero sí adultos que en su acto hacen testimonio de cómo se puede vivir y trabajar, con deseo, en nuestro mundo. Hay que salir de lo que nuestra invitada Marina Garcés, para referirse a estos tiempos, ha definido en términos de “saber mucho, pero no poder hacer nada”.

En cuanto a cómo concebimos el tiempo hoy, acelerado, evaporado, estamos tan acostumbrados a que, al pulsar un botón, ocurra inmediatamente aquello que queremos que pase, que hemos olvidado que el ser humano no es un smartphone. Como algún chico sostenía, “cambiar no es fácil”. Se nos está perdiendo esa idea de proceso y complejidad, de dar y darse un tiempo, que lo importante requiere. 

Y si vamos a hablar del “riesgo”, es importante pensar que en su etimología ya hay una incógnita: por un lado, un posible origen latino resecare: cortar, dividir. Por otro, el ascendente árabe: riszq (lo que depara la providencia, incluyendo lo bueno o lo malo). No me parece banal resaltar, de lo primero, ese “corte” necesario con lo familiar e infantil y de lo segundo, que de un riesgo puede devenir un beneficio. Además, si pensamos que era, inicialmente, un término muy relacionado con la navegación, me parece que hay ahí algo muy metafórico para hablar del viaje adolescente.

En un riesgo desmedido, en el rechazo de la palabra y del otro, aflora lo más mortífero y narcisista de cada uno. Pero sin asumir riesgo alguno, sin ponerse a prueba, no hay separación, cambio, ni construcción posible. 

Les cuento que este programa se llamaba inicialmente “Adolescencias en riesgo”. Uno de los participantes nos planteó durante uno de los primeros encuentros: “¿Nosotros estamos en riesgo?, ¿somos un riesgo? ¿Riesgo de qué?, ¿para quién?”. Acogimos esa palabra en una doble vía: de un lado, desde una escucha de lo que cada chico quiso decir, en relación a sí mismo, a partir de esa nominación. Por otra parte, desde un reconocimiento al cuestionamiento que nos habían hecho: el programa se llama ahora “Riesgos en las Adolescencias” y no “Adolescencias en riesgo”. Y esto denota otro enfoque.

Es bastante patente que, socialmente, cada vez hay menos presencia adulta real. Y no ya en el sentido de presencia física. Estamos, demasiado a menudo, en otra, sustraídos, por elección u obligación, de una verdadera disposición para con otros. Pero el adolescente sigue reclamando reconocimiento, límites, referencias y un acompañamiento que pueda usar, aun cuando los rechace. Ha de hacerlo si quiere encontrar su manera. 

Y a pesar de que cada uno de ellos ha de hacer su camino, su búsqueda propia de encaje y sentido en soledad, esa soledad de búsqueda puede quedar arrasada por aquella otra que genera el que no está donde se le espera. 

Tal vez la verdadera amenaza en estos días, sea ese otro desamparo: la ausencia de presencia, tiempo, veracidad y palabra. Tal vez, sea a eso a lo que nos convocan los jóvenes hoy, a que estemos, desde un deseo y un compromiso que también les pueda servir de testimonio. A que sostengamos, lejos de la precariedad, espacios y tiempos humanos. 

Y habrá que tomar ese riesgo.

 

Nota 

(*) Texto presentado en las XIII Jornadas de la Fundació Nou Barris: Riscos i desemparaments en les infàncies i adolescències: Quins reptes pels professionals.

 

Bibliografía

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