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Donald Winnicott. Psicoanalista

Paso ahora a la reformulación de estos aspectos, dado que afectan la tarea de los padres cuando sus hijos están en la etapa de la pubertad, o en medio de los tormentos de la adolescencia.

Si bien se publican muchos trabajos vinculados con los problemas individuales y sociales que surgen en esta década, cuando los adolescentes tienen libertad para expresarse, cabe un nuevo comentario personal sobre el contenido de la fantasía adolescente.

En la época de crecimiento de la adolescencia los jóvenes salen, en forma torpe y excéntrica, de la infancia, y se alejan de la dependencia para encaminarse a tientas hacia su condición de adultos. El crecimiento no es una simple tendencia heredada, sino, además, un entrelazamiento de suma complejidad con el ambiente facilitador. Si todavía se puede usar a la familia, se la usa, y mucho; y si ya no es posible hacerlo, ni dejarla a un lado (utilización negativa), es preciso que existan pequeñas unidades sociales que contengan el proceso de crecimiento adolescente. Los mismos problemas que existían en las primeras etapas, cuando los mismos chicos eran bebés o niños más o menos inofensivos, aparecen en la pubertad. Vale la pena destacar que si uno ha pasado bien por esas primeras etapas, y hace lo propio en las siguientes, no debe contar con un buen funcionamiento de la máquina. En rigor, tiene que esperar que surjan problemas. Algunos de ellos son intrínsecos de esas etapas posteriores.

Resulta valioso comparar las ideas adolescentes con las de la niñez. Si en la fantasía del primer crecimiento hay un contenido de muerte, en la adolescencia el contenido será de asesinato. Aunque el crecimiento en el período de la pubertad progrese sin grandes crisis, puede que resulte necesario hacer frente a agudos problemas de manejo, dado que crecer significa ocupar el lugar del padre. Y lo significa de veras. En la fantasía inconsciente, el crecimiento es intrínsecamente un acto agresivo. Y el niño ya no tiene estatura de tal.

Creo que es tan legítimo como útil observar el juego de “Soy el rey del castillo”. Este juego corresponde al elemento masculino que hay en chicas y muchachos. (También se podría formular el tema en términos del elemento femenino de las muchachas y chicos, pero no puedo hacerlo aquí.) Es un juego de la primera etapa de la latencia, y en la pubertad se convierte en una situación de la vida.

“Soy el rey del castillo” es una formulación de existencia personal. Es una consecución de crecimiento emocional individual, una situación que implica la muerte de todos los rivales o el establecimiento del dominio. En las siguientes palabras se muestra el ataque esperado: “Y tú eres el vil pillastre” (o “Abajo, vil pillastre”). Uno nombra al rival y ya sabe cuál es su propia posición. Pronto el vil pillastre derriba al rey y se convierte a su vez en monarca. Los Opie se refieren a ese verso. Dicen que el juego es viejísimo y que Horacio (20 a. de C.) presenta de la siguiente manera las palabras infantiles:

Rex erit qui recte faciet;
Qui non faciet, non erit.

No hay por qué pensar que la naturaleza humana ha cambiado. Debemos buscar lo perdurable en lo efímero; traducir este juego infantil al lenguaje de la motivación inconsciente de la adolescencia y la sociedad. Si se quiere que el niño llegue a adulto, ese paso se logrará por sobre el cadáver de un adulto. (Doy por sentado que el lector sabe que me refiero a la fantasía inconsciente, al material que subyace en los juegos.) Sé, por supuesto, que los jóvenes y las chicas se las arreglan para pasar por esta etapa de crecimiento en un marco permanente de acuerdo con los padres reales, y sin expresar una rebelión obligatoria en el hogar. Pero conviene recordar que la rebelión corresponde a la libertad que se ha otorgado al hijo, al educarlo de tal modo que exista por derecho propio. En algunos casos se podría decir: “Sembraste un bebé y recogiste una bomba.” En rigor esto siempre es así, pero no siempre lo parece.

En la fantasía inconsciente total correspondiente al crecimiento de la pubertad y la adolescencia existe la muerte de alguien. Mucho puede lograrse en el juego y con los desplazamientos, y sobre la base de las identificaciones cruzadas; pero en la psicoterapia del adolescente (y hablo como psicoterapeuta) la muerte y el triunfo personal aparecen como algo intrínseco del proceso de maduración y de la adquisición de la categoría de adulto. Esto plantea grandes dificultades a padres y tutores. Es claro que también las presenta a los propios adolescentes, que llegan con timidez al asesinato y el triunfo correspondientes a la maduración en esta etapa crucial. El tema inconsciente puede hacerse manifiesto como la experiencia de un impulso suicida, o como un suicidio real. Los padres están en condiciones de ofrecer muy escasa ayuda; lo mejor que pueden hacer es sobrevivir, mantenerse intactos y sin cambiar de color, sin abandonar ningún principio importante. Esto no quiere decir que no puedan crecer ellos mismos.

En la adolescencia se convertirán en bajas o llegarán a una especie de madurez en términos de sexo y matrimonio, y quizá sean padres como los suyos propios. Y ello puede bastar. Pero en segundo plano se desarrollará una lucha de vida o muerte. La situación no posee su plena riqueza si se evita con demasiada facilidad y éxito el choque de las armas.

Esto me trae a mi punto central, el tan difícil de la inmadurez del adolescente. Los adultos maduros deben conocerlo, y creer en su propia madurez como nunca creyeron hasta ahora ni creerán después.

Entiéndase que resulta difícil formular todo esto sin correr el riesgo de ser mal entendido, pues hablar de la inmadurez podría parecer un descenso de nivel. No es esa la intención.

Es posible que de pronto un niño de cualquier edad (digamos de seis años) necesite hacerse responsable, quizá por la muerte de uno de los padres o por la separación de la familia. Ese niño será prematuramente viejo y perderá espontaneidad y juegos, y el alegre impulso creador. Es más frecuente que se encuentre en esa situación un adolescente, que de repente se vea con el voto o la responsabilidad de dirigir un colegio. Es claro que si las circunstancias varían (por ejemplo, si uno enferma o muere, o se ve en aprietos financieros), no se podrá dejar de invitar al joven a que se convierta en un agente responsable antes de que madure la ocasión. Quizás deba cuidar a niños menores, o educarlos, y puede existir una absoluta necesidad de dinero para vivir. Pero las cosas son muy distintas cuando, por política deliberada, los adultos delegan la responsabilidad; por cierto que hacer tal cosa puede ser una forma de traicionar a los hijos en un momento crítico. En términos del juego, o del juego de la vida, se abdica en el preciso momento en que ellos vienen a matarlo a uno. ¿Alguien se siente feliz con eso? Sin duda que no el adolescente, quien entonces se convierte en el establecimiento. Se pierde toda la actividad imaginativa y los esfuerzos de la inmadurez. Ya no tiene sentido la rebelión, y el adolescente que triunfa demasiado temprano resulta presa de su propia trampa, tiene que convertirse en dictador y esperar a ser muerto, no por una nueva generación de sus propios hijos, sino por sus hermanos. Como es lógico, trata de dominarlos.

He aquí uno de los tantos lugares en que la sociedad hace caso omiso de la motivación inconsciente, con peligro de sí misma. No cabe duda de que el material cotidiano del trabajo de los psicoterapeutas podría ser usado un poco por sociólogos y políticos, así como por los adultos corrientes, es decir, adultos en sus propias y limitadas esferas de influencia, aunque no siempre lo sean en su vida privada.

Afirmo (de manera dogmática, para ser breve) que el adolescente es inmaduro. La inmadurez es un elemento esencial de la salud en la adolescencia. No hay más que una cura para ella, y es el paso del tiempo y la maduración que este puede traer.

La inmadurez es una parte preciosa de la escena adolescente. Contiene los rasgos más estimulantes de pensamiento creador, sentimientos nuevos y frescos, ideas para una nueva vida. La sociedad necesita ser sacudida por las aspiraciones de quienes no son responsables. Si los adultos abdican, el adolescente se convierte en un adulto en forma prematura, y por un proceso falso. Se podría aconsejar a la sociedad: por el bien de los adolescentes y de su inmadurez, no les permitan adelantarse y llegar a una falsa madurez, no les entreguen una responsabilidad que no les corresponde, aunque luchen por ella.

Con la condición de que los adultos no abdiquen, no cabe duda de que podemos pensar que los esfuerzos de los adolescentes por encontrarse y determinar su destino son lo más alentador que podemos ver en la vida que nos rodea. El concepto del adolescente acerca de una sociedad ideal es incitante y estimulante, pero lo característico de la adolescencia es su inmadurez y el hecho de no ser responsable. Este, su elemento más sagrado, dura apenas unos pocos años, y es una propiedad que cada individuo debe perder cuando llega a la madurez.

A cada rato me obligo a acordarme de que la sociedad carga con el estado de adolescencia, no con el joven o la muchacha adolescentes, que en pocos años, ¡ay! , se hacen adultos y se identifican demasiado pronto con algún tipo de marco en que nuevos bebés, nuevos niños y nuevos adolescentes puedan ser libres de tener visiones y sueños y nuevos planes para el mundo.

El triunfo corresponde a esta consecución de la madurez por medio del proceso de crecimiento. No corresponde a la falsa madurez basada en una fácil personificación de un adulto. Esta afirmación encierra hechos terribles.

Naturaleza de la inmadurez

Es necesario examinar por un momento la naturaleza de la inmadurez. No hay que esperar que los adolescentes tengan conciencia de ella o conozcan sus características. Tampoco nosotros necesitamos entenderla. Lo que importa es que se salga al encuentro del reto de los adolescentes. ¿Quiénes deben salir al encuentro?

Confieso que me parece estar infiriendo una ofensa al tema con solo hablar de él. Cuanto más fácil nos resulta verbalizar, menos eficientes somos. Imagínese a alguien que condesciende a hablar con adolescentes y les dice: “¡Lo más incitante que tienen ustedes es su inmadurez!” Sería este un grosero ejemplo de fracaso en lo referente a enfrentar el desafío adolescente. Puede que la frase “enfrentar el desafío” represente un regreso a la cordura, porque la comprensión es reemplazada por la confrontación. Aquí se emplea el vocablo confrontación de modo que signifique que una persona madura se yergue y exige el derecho de tener un punto de vista personal, que cuente con el respaldo de otras personas maduras.

El potencial en la adolescencia

Veamos a qué cosas no han llegado los adolescentes.

Los cambios de la pubertad se producen a distintas edades, aun en chicos sanos. Estos no pueden hacer otra cosa que esperar tales cambios. La espera impone una considerable tensión a todos, pero en especial a los de desarrollo tardío; así, pues, es posible encontrar a estos últimos imitando a los que se desarrollaron antes, cosa que lleva a falsas maduraciones basadas en identificaciones, y no en el proceso de crecimiento innato. Sea como fuere, el cambio sexual no es el único. También hay un cambio en dirección del crecimiento físico y de la adquisición de verdaderas fuerzas; aparece, pues, un verdadero peligro, que otorga a la violencia un nuevo significado. Junto con la fuerza llegan también la astucia y los conocimientos para usarlas.

Solo con el paso del tiempo y de la experiencia puede un joven aceptar poco a poco la responsabilidad por todo lo que ocurre en el mundo de la fantasía personal. Entretanto existe una fuerte propensión a la agresión, que se manifiesta en forma suicida; la alternativa es que aparezca como una búsqueda de la persecución, que constituye un intento de alejamiento de la locura y la ilusión. Un joven psiquiátricamente enfermo, con un sistema ilusional bien formado, puede engendrar un sistema de pensamiento de grupo y desembocar en episodios basados en la persecución provocada. La lógica carece de influencia en cuanto se llega a la deliciosa simplificación de una posición persecutoria.

Pero lo más difícil es la tensión que experimenta el individuo, y que corresponde a la fantasía inconsciente del sexo y a la rivalidad vinculada con la elección del objeto sexual.

El adolescente, o el joven y la muchacha que todavía se encuentran en proceso de crecimiento, no pueden hacerse cargo aún de la responsabilidad por la crueldad y el sufrimiento, por el matar y ser muerto que ofrece el escenario del mundo. En esa etapa ello salva al individuo de la reacción extrema contra la agresión personal latente, es decir, el suicidio (aceptación patológica por toda la maldad que existe o que se pueda pensar). Parece que el sentimiento latente de culpa del adolescente es tremendo, y hacen falta años para que en el individuo se desarrolle la capacidad de descubrir en la persona el equilibrio de lo bueno y lo malo, del odio y la destrucción que acompañan al amor. En ese sentido, la madurez corresponde a un periodo posterior de la vida, y no es posible esperar que el adolescente vea más allá de la etapa siguiente, la de comienzos de su tercera década de vida.

A veces se da por sentado que los jóvenes que “a cada rato se meten en la cama”, según la frase popular, y que tienen relaciones sexuales (y quizás uno o dos embarazos), han llegado a la madurez sexual. Pero ellos mismos saben que no es así, y empiezan a despreciar el sexo como tal. La madurez sexual tiene que abarcar toda la fantasía inconsciente del sexo, y en definitiva el individuo necesita poder llegar a una aceptación de todo lo que aparezca en la mente junto con la elección del objeto, la constancia del objeto, la satisfacción sexual, el entretejimiento sexual. Además está el sentimiento de culpa adecuado en términos de la fantasía inconsciente total.

Construcción, reparación, restitución

El adolescente no puede saber todavía qué satisfacción es posible obtener con la participación en un proyecto que debe incluir la cualidad de confiabilidad. No le es posible saber hasta qué punto el trabajo, dado su carácter de contribución social alivia el sentimiento personal de culpa (que corresponde a impulsos agresivos inconscientes, estrechamente vinculados con la relación de objeto y con el amor), y por consiguiente ayuda a reducir el miedo interior y el grado de tendencia suicida o de propensión a los accidentes.

Idealismo

Se puede decir que una de las cosas más estimulantes de los adolescentes es su idealismo. Todavía no se han hundido en la desilusión, y el corolario de ello consiste en que se encuentran en libertad para formular planes ideales. Los estudiantes de artes, por ejemplo, advierten que la materia se podría enseñar bien, por lo cual exigen que así se haga. ¿Por qué no? No tienen en cuenta el hecho de que existen muy pocas personas que sepan hacerlo bien. O perciben que estudian en condiciones de apiñamiento físico y protestan. Los otros son quienes tienen que buscar el dinero necesario para solucionar la situación. “¡Bueno -dicen los jóvenes-, abandonen el programa de defensa y dediquen el dinero a la construcción de nuevos edificios universitarios!” No es típico de los adolescentes adoptar la visión de largo alcance, que resulta más natural en quienes han vivido varias décadas y empiezan a envejecer.

Todo esto está condensado hasta el absurdo. Omite la primordial importancia de la amistad. Omite una formulación de la situación de quienes viven sin casarse o con el casamiento postergado. Y no tiene en cuenta el problema vital de la bisexualidad, que se soluciona, pero nunca del todo, en términos de la elección de objeto heterosexual y de la constancia del objeto. Por lo demás se han dado por sentadas muchas cosas relativas a la teoría del juego creador. Más aun, no se habló de la herencia cultural; no es posible esperar que a la edad de la adolescencia el joven corriente tenga algo más que una noción vaga sobre la herencia cultural del hombre, pues es preciso trabajar con intensidad para llegar siquiera a conocerla. A los sesenta años, los que ahora son jóvenes tratarán de recuperar, casi sin aliento, el tiempo perdido, en procura de las riquezas que pertenecen a la civilización y a sus subproductos acumulados.

Lo principal es que la adolescencia es algo más que pubertad física, aunque en gran medida se basa en ella. Implica crecimiento, que exige tiempo. Y mientras se encuentra en marcha el crecimiento las figuras paternas deben hacerse cargo de la responsabilidad. Si abdican, los adolescentes tienen que saltar a una falsa madurez y perder su máximo bien: la libertad para tener ideas y para actuar por impulso.

Resumen

En pocas palabras, resulta estimulante que la adolescencia se haga oír y se haya vuelto activa, pero los esfuerzos adolescentes que hoy se hacen sentir en todo el mundo deben ser encarados, convertidos en realidad por medio de un acto de confrontación. Esta tiene que ser personal. Hacen falta adultos si se quiere que los adolescentes tengan vida y vivacidad. La confrontación se refiere a una contención que no posea características de represalia, de venganza; pero que tenga su propia fuerza. Es saludable recordar que la actual inquietud estudiantil y su expresión manifiesta puede ser, en parte, producto de la actitud que nos enorgullecemos de haber adoptado respecto del cuidado de los bebés y los niños. Que los jóvenes modifiquen la sociedad y enseñen a los adultos a ver el mundo en forma renovada; pero donde existe el desafío de un joven en crecimiento, que haya un adulto para encararlo. Y no es obligatorio que ello resulte agradable.

En la fantasía inconsciente, estas son cuestiones de vida o muerte.

Notas

(*) Texto incluido en capítulo 11 de “Realidad y Juego”. Editorial Gedisa, Barcelona, febrero del 2008.
Agradecemos a la Editorial Gedisa la autorización para su publicación en nuestra revista.

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