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Laura Costa Psicóloga. Psicoanalista. Responsable del programa PAIDA (Programa de Actuación e Investigación en Dificultades del Aprendizaje) en Fundació Nou Barris

Dislexia y psicoanálisis

Dislexia, nacimiento del concepto, teorías y actualidad

El concepto Dislexia nace en el ámbito médico, en Gran Bretaña, exactamente en el campo de la oftalmología, cuando James Hinshelwood, oftalmólogo, escribe en 1895 en la prestigiosa revista The Lancet sobre varios de sus pacientes que presentaban una dificultad para aprender a leer. Un año más tarde, Morgan, que era médico general, describe en un artículo un caso de un chico de 14 años que a pesar de ser inteligente no puede aprender a leer y a escribir. Acuñaron el término de ceguera de palabras congénita, atribuyéndolo a las alteraciones congénitas en las áreas cerebrales de memoria visual para las palabras.

A partir de allí el interés se va ampliando progresivamente a diversos campos del saber y cada uno de ellos intentó ubicar las causas, así como describir los síntomas. Estos campos del saber han sido: la oftalmología, la neurología, la psicología, la sociología, la educación, la logopedia, la psiquiatría, y, actualmente, la neuropsicología.

Las teorías sobre las causas de la dislexia han sido de lo más variadas: problemas visuales, de memoria, defectos en la estructura del cerebro, defectos funcionales del cerebro, factores ambientales adversos, dominancia incorrecta de un hemisferio cerebral (lateralidad cruzada), problemas emocionales o neuróticos, dificultades fonológicas, dificultades en los movimientos oculares, etc.

Una vez revisada la historia del concepto dislexia, podemos considerar a la misma como un fenómeno multifactorial en el que se han interesado diversos campos del saber. No hay coincidencia con respecto a las causas y a los tratamientos posibles, pero lo interesante es que desde todos los campos del saber sí hay coincidencia en que la dislexia se puede recuperar.

La versión más actual, y quizá más difundida, del concepto de dislexia, es la neuropsicológica, que la define como un trastorno neuropsicológico de la lectura y escritura, que puede afectar tanto la vía fonológica como la léxica y que es causa de diversas dificultades en la comprensión lectora. Para que este diagnóstico sea posible, tiene que haber una inteligencia normal o superior (no menos de 85-90 de CI –coeficiente intelectual–, ya que un retraso mental por sí mismo podría explicar las dificultades disléxicas); se tiene que descartar TEA (Trastorno del Espectro Autista) o trastornos psicóticos y no tiene que haber compromiso de ningún órgano de los sentidos (que el niño escuche bien, vea bien, o tenga compensados esos déficits), ni daño neurológico.

La logopedia, apoyada por la neuropsicología, explica la existencia de dos rutas “mentales” que permitirían el acceso a la lectura.

La ruta fonológica permite decodificar cada letra (grafema) en su correspondiente sonido (fonema) y luego “juntar” los sonidos para verbalizar la palabra. Es la ruta que más se utiliza en los comienzos del aprendizaje de la lectoescritura o en los momentos en que leemos una palabra especialmente larga, desconocida, de difícil escritura o inventada, como por ejemplo: plascasida.

Leer a partir de la ruta fonológica es un proceso lento y laborioso, y el esfuerzo está puesto en descifrar cada palabra para decirla correctamente; con lo cual la comprensión lectora queda en un segundo plano. Las dificultades más corrientes, cuando esta ruta se encuentra afectada, son las sustituciones (por ej.: d/b), las omisiones (“comerse” alguna letra), las adiciones (agregar letras), escribir juntas palabras que van separadas y viceversa. Son problemas en la ortografía natural que tienen que ver con falta de consciencia fonológica.

La ruta léxica, en cambio, funciona como un diccionario mental, que se ha ido formando a partir de la experiencia lectora y que permite leer palabras de un solo golpe de vista, por reconocimiento de la palabra en su conjunto y no de cada una de sus partes; es lo que nos pasaría si tenemos que leer, por ejemplo, la palabra casa. El proceso es mucho más rápido, ya que cuando leemos por esta vía podemos identificar las palabras sin esfuerzo, y esto nos permite ganar en velocidad lectora y centrarnos en el contenido de aquello que leemos, pudiendo leer durante largo tiempo sin fatigarnos y, por lo tanto, disfrutando de lo que se lee. Las dificultades en esta ruta se observan en la ortografía arbitraria, es decir en palabras que suenan igual, pero se escriben diferentes, como por ejemplo a ver (verbo ver) y haber (verbo haber), vaca y baca, etc.

En la dislexia puede haber problemas predominantemente en una de las rutas, como en ambas, aunque en edades tempranas es más factible encontrar alterada la ruta fonológica (niños que leen muy entrecortado) y en niños más mayores y adolescentes, la ruta léxica (leen con bastante corrección, pero el ritmo es más lento de lo normal y no comprenden bien lo que leen).

Mi experiencia con la dislexia

Como psicóloga en el ámbito clínico, me dedico a niños y adolescentes, y dentro de los motivos de consulta, uno muy frecuente implica las dificultades en el desempeño escolar. Dentro de las mismas, destaca la dificultad de los niños y adolescentes para leer y escribir correctamente, y la consecuencia directa de esta deficiencia es una baja comprensión lectora. Esta es muchas veces la causa de los suspensos en las lenguas y en las asignaturas que requieren lectura, como son los casos de Sociales y Naturales.

Muchos padres llegan a la consulta porque sus hijos suspenden asignaturas; el desempeño escolar de sus hijos es un gran motivo de preocupación para la mayoría de los padres. Muchos de ellos no saben cuál es la causa de esos suspensos. Algunos piensan que sus hijos son vagos y que no les dedican el suficiente tiempo a los estudios. Otros observan el esfuerzo diario que hacen sus hijos y entonces consideran que no tienen suficiente capacidad intelectual. Algunos sospechan que el hijo tiene algún problema de aprendizaje o emocional. En las escuelas, muchos maestros y profesores deducen que, para aprobar, los niños se han de esforzar más o que no tienen capacidad suficiente, y solo cuando el desempeño es muy bajo y las dificultades persistentes se plantean la posibilidad de algún problema de aprendizaje o emocional. La realidad es que, no siempre se trata de “falta de esfuerzo y motivación ‘o de’ retraso mental”. En ocasiones, me encuentro con escuelas que poseen algún profesional (psicólogo, logopeda) en su claustro, que ayuda a los maestros a comprender que estos problemas no se deben a la baja inteligencia o la falta de dedicación, e incluso, en estos casos, esos mismos profesionales hacen las derivaciones a psicólogos externos desde el mismo seno escolar, preocupados por el desempeño del niño. También hay que decir que hay maestros muy sensibles, capaces de captar cuáles son las verdaderas dificultades del niño y que ponen mucho de su parte en comprender qué es lo que sucede, brindándoles un apoyo más personalizado.

Me he encontrado también con casos paradójicos en los cuales se realiza una derivación a psicología desde el colegio debido a alguna dificultad de aprendizaje que comienza a vislumbrarse y, cuando esta dificultad se constata a partir de pruebas y se realiza un informe donde se explicitan las adaptaciones que se deben realizar para ayudar al alumno, lo que se produce es nada; es decir, se deriva el “niño-problema” afuera de la escuela y, cuando hay una devolución, no se realiza ningún cambio que pudiese ayudar al alumno, como si se esperara que todos los cambios tuviesen que venir desde el exterior. En estos casos, el “niño-problema” es un síntoma para la escuela e intentan, mediante la derivación a psicología, desembarazarse de él, sin implicación de parte de la escuela.

El texto continúa en la versión impresa

 

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