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(Molinos, estigmas y malestares)

Martin Correa Urquiza. Antropólogo-Codirector de Radio Nikosia

La voz cura. La voz habilitada, en acción, en pleno éxtasis de su decir liberado; cura. Es la posibilidad del habla lo que a veces define la posibilidad de ser, de estar, por contraposición a un no ser que deviene de la palabra acallada. «Digo, luego existo, luego soy», bien podría ocupar el sitio del slogan de identidad en radio Nikosia, quizás la primera emisora en España que transmite desde la llamada locura. En pleno centro de Barcelona, un grupo de personas que sobrellevan el diagnóstico de la esquizofrenia, buscan comunicar y comunicarse a través de las ondas radiales, como una estrategia en pos de de-construir las bases del propio sufrimiento y dar batalla a los molinos del estigma. La editorial Gedisa acaba de publicar un libro sobre la experiencia.

Y ser un poco loco a todos se nos ha pasado por la cabeza. Alguna vez. Alberto – Radio Nikosia

«Nikosia es la última ciudad dividida. Por murallas, ideas, religiones y un supuesto abismo cultural. Creemos que de una u otra manera todos llevamos cierta Nikosia dentro de la geografía del cuerpo y la mente. Alguien separó en dos a Nikosia, pero nosotros viajamos constantemente a un lado y otro de esa frontera. Y es desde este dualismo, desde este vaivén que vamos aquí a contar nuestra historia; que es tan real y legítima como cualquier otra.» (Texto con el que se inicia cada emisión de Nikosia)

La locura desde el yo

Desde los ojos de Alberto, la locura es como una bolita mínima de un extraño Pin Ball que golpea los bordes de los casilleros de la mente. Al menos, él dice que es con esa sensación con la que ha tenido que aprender a convivir en este pasar de los años. Con esa bolita que es sobre todo una incógnita aleatoria que draga el cerebro, que intensifica el miedo a uno mismo, y que va transformándose en una angustia inapelable que revienta cuando puede y como puede en forma de delirio o sus variantes. Es como «un nervio intranquilo, constante, que no cesa». Y es entonces cuando la televisión habla, cuando las antenas vigilan, cuando los camareros se mofan, cuando la paranoia es un lugar común y la intranquilidad nace con el día. «La locura, dice, es un gran sueño del cual nos cuesta despertar, o del cual despertamos mientras todos los demás siguen dormidos. Pero también es una compañera con quien en definitiva hay que aprender a convivir, una compañera que incentiva sensibilidades, trae algunas satisfacciones y demasiados sinsabores.» Alberto habla con rapidez de cine mudo, como si existiese una multitud que lo busca para callarlo, se expresa así como si estuviese frente a la necesidad de decir todo lo que puede mientras puede, y entre tanto se lía su serie de cigarros cónicos. La boquilla es el mango de un siete de espadas, siempre lleva barajas para el cartón de las boquillas, por eso hay días en que llega fumando el oro, la copa…. El es parte de Radio Nikosia, es una de las 15 voces que una vez a la semana asaltan el dial de Radio Contrabanda en plena Plaza Real de Barcelona. Son 15 personas, a veces más, que se reúnen para darle forma a ese intento de hablar de la locura desde la voz que la sufre, para soltarse a esa posibilidad de hacer un tipo de política de subsuelo, cierta militancia desde el margen que en definitiva aquí se reinventa como un tipo de catarsis que abre nuevas puertas. Radio Nikosía increpa a la locura, la cuestiona, se refugia en ella, la expulsa, la redefine, la ubica en el lugar de lo normal, la abraza, convive con ella y su vaivén; la padece. Es un espacio capitaneado por personas cuyo sentido es en este caso comunicar y comunicarse como una manera de desarmar los andamios de su malestar; personas, que tal como dice Victor, nikosiano de la primera hora; «no logran adaptarse al absurdo de lo cotidiano, a ese absurdo que el resto del mundo ha naturalizado como lo normal».
Estructuralmente Nikosia es una radio dentro de otra. Es una emisora que se articula como un programa único y unitario, que transmite en vivo los miércoles de 16:00 a 18hs a través de la sintonía de Radio Contrabanda (91.4 FM) desde febrero del 2003. Y contra el pensar común, los programas no se cuelan hacia el desbande o el descontrol o el sinsentido, no hay en el éter una forma desquiciada, ni obsesiva, ni paranoica, no; por el contrario, lo que se emite es el resultado de un hacer que tiene que ver con un tipo de lucidez guardada, con trastabilleos, vaivén y timideces, pero sobre todo con una particular manera de andar resolviendo el mundo. Es la voz de la locura desde ella misma y dejando atrás a todo mediador institucional o científico o familiar. Si para la psiquiatría, los redactores de la radio entran en los parámetros de lo que se define como esquizofrenia; para Nikosia y los oyentes, son personas en primera persona, subjetividades peleando un rol en lo social, un espacio desde donde decir ese tanto que decir que guardan desde que cayó el diagnóstico como sentencia de crimen no cometido. La consigna primera es luchar contra el estigma que socialmente cubre la idea de locura, y Nikosia habla de ella, desde la subjetividad más pura; la desatendida.
Nikosia nació en febrero del 2003 impulsada por dos antropólogos del campo de la salud mental, y un psicólogo, director de la Asociación Joia, la institución que da apoyo a la experiencia. Surgió readaptando al contexto sociocultural de Barcelona, la propuesta de Radio Colifata, una emisora que viene funcionando desde hace ya más de 12 años en el Hospital José T. Borda de la ciudad de Buenos Aires, Argentina, y que se ha ido transformando en uno de los pilares terapéuticos para gran parte de los pacientes. Con el tiempo Colifata, Nikosía y otras radios similares de Europa y Latinoamérica, han ido tejiendo sus redes, solidificando lazos con el objetivo de aunar esfuerzos, intercambiar material, experiencias y apoyos. Es una manera de crecer también transversalmente.
Cuenta Victor, uno de los redactores fundadores, que los programas de Radio Nikosia son monográficos; unitarios que hablan sobre la «risa», la «melancolía», el «vicio», el «delirio», etc. Cuando la locura fue el tema, en mayo del 2004, las definiciones hablaban sobre todo de experiencias individuales; fue un momento en el que la vivencia subjetiva se transformó en reflexión teórica: «La locura es un espejo esquivo en manos de un perfeccionista idiota como yo» contaba Pau, y los demás lo acompañaban: «La locura es como un funámbulo andando sobre la cuerda floja…» prefería Santiago, «La locura es sufrir y hacer sufrir sin saber por que» decía Felix, o es «un estado de ánimo que algunas personas tienen el privilegio de conocer que puede ser tratado o no» soltaba Cristina, o es «Una atormentada forma de vida» según Rosa, o ese «Conjunto de limitaciones de las que intento sacar todo lo que puedo dentro de lo que sí tengo» para Victor. Aquel día también quedaba claro que para muchos de los redactores de Radio Nikosía, la locura, más allá de sus manifestaciones negativas, era una puerta abierta a un nuevo tipo de sensibilidad, a una agudeza perceptual «no común en el resto de las personas», y que el hecho de adoptar sencillamente una perspectiva positiva sobre el asunto, podría transformarse en una posibilidad terapéutica.

Estigmas y molinos

Para la antropología, el dolor, el padecer de la esquizofrenia, más que surgir de la acción de un gen determinado, es el resultado «de problemas existenciales y morales, de razones psicológicas y subjetivas, de presiones sociales, e incluso de estrategias de mistificación del sistema capitalista.» (A. Martínez, 1998). De alguna manera los participantes de Nikosia parecen acoplarse a esa vertiente, buscan explicar la locura enmarcada en un cierto tipo de determinismo cultural, más cerca de Foucault y su: «La locura no existe más que en una sociedad», lo que vendría a ser lo mismo que plantear que «la esquizofrenia y los otros tipos de psicosis son dependientes de nuestras exégesis culturales y no independientes de ellas. Aunque si bien la naturaleza de la locura sería entonces, cultural. (A. Martínez, 1998), no habríamos de olvidar que hablamos de una forma de sufrimiento que no puede reducirse al nivel de la interpretación. Cristina, redactora de Radio Nikosia, decía en uno de los programas; «El sufrimiento existe y es real, lo que pasa es que aún no he podido determinar cuanto de este sufrimiento pertenece a la enfermedad en sí misma, y cuanto es el resultado de los momentos de rechazo, marginación y desprecio social por los que una persona en mi situación tiene que atravesar.» Desde esta duda surgía entonces una reflexión que intentaba rastrear hasta que punto el padecer de la locura es de causalidad o de naturaleza social-cultural, y de allí se abrían y se abren puertas. Porque es pensable la idea de que gran parte del mal-estar de los llamados locos surge del choque despiadado contra lo social, surge de la «confirmación» construida de sí mismo por la psiquiatría como un supuesto error, surge de golpear contra el espejo que es ese «otro» que nombra a la diferencia en tanto crimen, surge de tropezar desnudo con el juicio que silencia, des-legitima, quita todo derecho a ser poseedor de verdad y remueve los molinos del estigma. Y con esto como punto de partida, los participantes de Nikosia parecen ir tejiendo opciones a su malestar, que pueden vincularse a la búsqueda de nuevas instancias de participación social, de normalización, de reidentificación, de readaptación dentro del cuerpo de la comunidad. En la radio, por ejemplo, la posibilidad de la voz como parte de la cura se vuelve factible. El decir es vivido en Nikosia como un espacio de reivindicación, como una ventana desde donde trabajar para desarmar el estigma, desde donde tomar posiciones en un nuevo tipo de rol social, que es un hacer y la satisfacción de ese hacer vinculado a la oportunidad de ser (uno mismo) quien finalmente tiene el derecho a hablar de la locura, explicarla y contarla. La voz en acción valoriza al orador, lo sube a un estrado simbólico en el que se le devuelven sus atributos de persona, de individuo, se reconstruye su identidad como ser humano, como redactor de radio y como eje de un determinado discurso válido en sí mismo y por lo tanto válido en tanto tal. En la voz que es escuchada empieza la constitución del «yo», de una identidad que a su vez se confirma a partir del feedback. En definitiva, el «yo» en acción es el inicio de un proceso amplio de recuperación, es parte del proceso global de rehabilitación. Y si a eso se le suma la certeza de que el neuroléptico no cura, sólo neutraliza la «hiperactivación de las vías dopaminérgicas», frena el delirio con una camisa de fuerza química, (Los muros físicos del psiquiátrico mutaron a muros químicos en forma de cápsulas cotidianas), es factible pensar como la voz en acto puede ser parte de la cura, puede transformarse en salud en movimiento.
En la radio los participantes abandonan el espacio del «ser o estar enfermo», que inunda el resto de sus relaciones (psiquiatra, Centro de Día, familia) y vuelven al lugar del estar en tanto personas, con sus vivencias, experiencias y perspectivas sobre el mundo. Por eso quizás la razón por la que la radio genere un cierto bienestar, surja de que se trata precisamente de un espacio que está fuera de lo clínico, de lo pautado clínicamente como terapéutico. Para Dolors, redactora, la radio es una instancia en la que «no me siento con la enfermedad, me siento como yo misma, como una persona más; es un lugar en donde poder ser yo misma, poder expresarme con total libertad mientras me siento contenida y respaldada por el resto de mis compañeros». Para Alberto, Nikosia es un sitio en donde «me siento aprovechado, con algo que decir que es bien recibido por mis compañeros y la sociedad, aquí siento que no estoy echado a perder,… es como una gran familia, con sus rencillas, sus tiras y aflojes pero que en definitiva ha aprendido a caminar apoyándose en sí misma». Es entonces cuando las premisas parecen seguir a Oliver Sacks al plantear que lo importante no es ya tanto la búsqueda de un remedio que todo lo cure, sino la batalla de cada persona por reorganizar su identidad en un entorno afectado y transformado tanto por sus propias proyecciones como por las visiones que de él se tienen. Un héroe en nuestro caso, y aquí parafraseo a Sacks, no es la medicina sino las propias personas que aprenden a transformar la diferencia en una capacidad para poder desarrollarse adaptarse y crecer dentro de lo social y dentro de sus propias mentes. Desarrollando esas capacidades, incentivadas, no sólo recuperan un espacio, y vuelven al proceso de la identidad en movimiento sino que se transforman en seres más «poderosos», más fuertes en relación a sí mismo y a la constante fricción que es lo social.

Epílogo

«La locura es en una sociedad» decía Foucault; es en tanto es percibida como tal en el seno de la comunidad. Pero aún queda demasiada marcha antes de que como sociedad, lleguemos a permitirnos reflexionar sobre esa idea y en lugar de ver a la locura como una anomalía oscura, como ese error que aterra, se la acepte como una manifestación más del eclecticismo que compone a toda comunidad, como un síntoma de la diversidad, un lenguaje paralelo. Se la acepte también, es claro, sin olvidar la aflicción, los sufrimientos y las complicaciones que trae aparejada. La experiencia de Nikosia parece abrirse a esa posibilidad. Se relaciona con la locura desde una dialéctica esquizofrénica, (en términos «antiedípicos»), con idas y vueltas, identificaciones y rechazos, broncas y amores, odios, angustias y pasiones. La locura es (aquí) esa bolita del Pin Ball que hay que detener a tiempo, es una instancia sensible, una posibilidad telepática, un espejo esquivo, un funámbulo sobre su cuerda, una apertura a otro universo, un refugio en donde justificar los propios padeceres y contenciones, o como plantea siempre Alberto, una manera de relacionarse con el mundo como cualquier otra. No es casualidad que cuando se preparó aquel programa dedicado por entero a la locura, Cristina, nikosiana, citando a Foucault sin saberlo, terminara diciendo: «La locura no existe, existe gente que sueña despierta».

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