Susana Brignoni. Psicóloga. Psicoanalista. Coordinadora del Servicio de Asesoramiento a Residencias de la DGAIA de la Fundació Nou Barris per a la Salut Mental.
«Sólo sabemos hablar con el fuego». «Tenemos más de revuelta que de odio». «Puesto que somos escoria, vamos a dar trabajo en la limpieza a este racista (se refieren al ministro del interior francés). Las palabras hacen más daño que los golpes…». «No tenemos elección, estamos dispuestos a sacrificarlo todo porque no tenemos nada». «Cuando esgrimimos un cóctel molotov, estamos haciendo una llamada de socorro…». «No somos vándalos, somos rebeldes». (EL País, martes 8 de noviembre de 2005)
Estas y otras son las palabras de los jóvenes de París y sus alrededores para intentar explicar sus comportamientos. ¿Qué es lo que nos enseñan? Que cuando un sujeto pierde su marco de organización simbólica lo que queda inmediatamente en cortocircuito es el orden del diálogo, es el orden de la palabra. Pero en realidad nos enseñan algo más y es que hay palabras, que como ellos mismos dicen dañan, es decir que están más allá del velo mediador que ellas mismas representan. Hay palabras que acogen, hay palabras que protegen y hay palabras, «escoria», que empujan a lo peor. Las soluciones del que intenta frenar estos impulsos pueden ir por la vía de una multiplicación: represión, normas, más violencia o bien pueden ir por la vía de intentar restituir algo del circuito que ha quedado amputado. Esta última vía es el marco de esta presentación.
¿Por qué traer esta referencia, además de lo actual que resulta, en una exposición que ha de centrarse en los adolescentes con Trastorno Mental Grave (TMG)1 en situación de desamparo y acerca de su evolución hacia la edad adulta? Justamente porque me permite entrar de lleno en la cuestión del desamparo que es uno de los temas de los que intentaré dar cuenta.
La pregunta que va a orientar esta presentación es «¿Qué horizonte de futuro se presenta para el adolescente con TMG, desamparado y en situación de tutela?» Es una pregunta que plantea una dificultad importante en todos aquellos profesionales que trabajamos alrededor de los niños y adolescentes tutelados. Una parte de esta dificultad es estructural ya que un componente de nuestra función, ya sea por el eje sanitario o educativo, incorpora la premisa de que nuestro trabajo siempre está determinado por una cierta incertidumbre. Sencillamente no sabemos cómo retornarán en la adultez de cada sujeto aquellas cuestiones que durante el periodo de tutela han sido trabajadas. Pero más allá de la incertidumbre lo que podemos constatar en el día a día de nuestros encargos es lo crítica que resulta para los adolescentes tutelados con o sin TMG la cercanía de los 18 años, momento en que legalmente dejan de estar protegidos. Cuando hablamos de cercanía nos referimos a un año o dos antes de que se aproxime esa fecha (tiempo en el que aparecen todo tipo de manifestaciones que dificultan el trabajo a realizar). Intentaré reflexionar acerca de los motivos subjetivos que convierten este momento en una situación, habitualmente, de crisis.
Acerca de las adolescencias y el TMG
Sabemos que en la pubertad los cambios que se suceden en el cuerpo hacen imperioso que se produzcan también cambios en lo psicológico. Es un momento donde el sujeto tiene que responder al menos a dos cuestiones:
- ¿Cómo hace para integrar las transformaciones de su cuerpo?
- ¿Cómo se las arregla en el encuentro con la sexualidad?
Son preguntas, enigmas que cada sujeto ha de responder con elementos simbólicos que ya se han construido en la infancia, transformándolos. Son preguntas para las que no hay una respuesta preestablecida y frente a ellas cada sujeto ha de inventar. Estas construcciones el niño las realiza a partir de la relación que establece con el adulto que le hace de referente: sean sus padres, sus tutores, educadores, etc.
Podemos decir que si preferimos hablar de adolescencias en plural es porque consideramos a las adolescencias como los modos de respuesta que los sujetos organizan frente a una situación que los desborda durante la pubertad. Dentro del abanico de respuestas están las que constituyen grupos, bandas, y también las que como modo de resolución de la angustia huyen vía el pasaje al acto o la transgresión que no necesariamente ha de identificarse con un trastorno.
Ahora bien para alguien cuya estructura clínica está dentro de alguno de los cuadros de TMG la llegada al momento de la pubertad puede ser el tiempo en que se desencadene su enfermedad o que se descompensen algunos trastornos infantiles ya que como antes señalaba es un momento que confronta al sujeto con cambios estructurales frente a los cuales hay una falta de recursos en él. ¿Qué es lo que se produce cuando el sujeto se encuentra con esa falta de recursos, con ese vacío? Se produce un estado de angustia, del que el sujeto sale vía el pasaje al acto, vía los trastornos del comportamiento, vía el aislamiento y la desconexión o vía el delirio.
Ahora bien, está la gravedad del diagnóstico clínico y luego están las situaciones existenciales que aumentan la gravedad de dicho cuadro. Sin lugar a dudas el desamparo es una de esas situaciones.
Acerca del desamparo
¿Cómo entendemos el concepto de desamparo? Respecto a este concepto hay que distinguir entre el desamparo social y el desamparo subjetivo. Al desamparo social se lo diagnostica con lo evidente: no hay visitas al médico, hay absentismo escolar, hay señales en el cuerpo de malos tratos, se han perpetrado abusos sexuales. Para poder diagnosticarlo es fundamental la presencia de otro: la maestra de escuela, el vecino que escucha los llantos, la hermana mayor que ha pasado por eso y no quiere que se repita en sus hermanos pequeños, etc. La denuncia, que en general no es inmediata, es la muestra de que el horror de lo que se presencia o se escucha ha alcanzado un límite y empuja a alguien a decir basta. Estamos, sin embargo, en el terreno de lo social donde las leyes, las normas, las instituciones pueden operar para poner a resguardo a un sujeto.
El desamparo subjetivo es otra cosa. No es evidente, no se descubre mirando. Hay que decir que no es un diagnóstico psicopatológico. El desamparo subjetivo revela más bien un momento estructural en la constitución del sujeto. Se trata de ese sujeto, que al nacer, para poder vivir y humanizarse requiere del Otro, de sus cuidados, de sus respuestas marcadas por un deseo particular a lo que este Otro interpreta como demandas, ya que el sujeto en sí mismo no tiene elementos para poder resolver ni enfrentar solo todo ese mundo de sensaciones que se le presentan. Es un desamparo primario que es la condición para que el adulto tenga un lugar, podemos decir que es la condición para que un vínculo pueda constituirse. Si bien este estado es estructural, la evolución del sujeto indica que él mismo en relación con el Otro va construyendo medios que lo ponen a resguardo de dicho desamparo. El desamparo subjetivo es un estado en el que «el sujeto está pura y simplemente trastornado, se ve desbordado por una situación que irrumpe y a la que no puede enfrentarse en modo alguno»2. No tiene esos elementos que le permitan responder a lo que viene del Otro.
¿De qué elementos se trata? Se trata de las identificaciones, se trata de los ideales y se trata también de sus síntomas si los entendemos como una invención propia de cada sujeto para establecer un lazo social particular con su entorno. Estos elementos son las herramientas con las que el sujeto cuenta para enfrentarse al desamparo estructural. Vemos aquí cómo la pubertad es un momento propicio para provocar en el sujeto un estado de este tipo.
Si tomamos entonces ambos ejes, desamparo social y desamparo subjetivo, podemos decir que en el primer caso, el del desamparo social, hay un momento de conclusión y solución cuando, por ejemplo, se separa a un niño o a un adolescente de su hogar y se lo envía a un CRAE3 o a una familia de acogida pero respecto al desamparo subjetivo podemos afirmar que el encargo de protección se inicia por segunda vez justamente cuando el sujeto entra al dispositivo diseñado para tal fin. Cuando un niño o adolescente es tutelado, no sólo se produce una pérdida a nivel de sus relaciones sino que se suma una más fundamental que tiene que ver con una cierta pérdida del ser. Lo que se pone en juego es algo del orden de la privación, orden que luego reaparecerá, por ejemplo, en los síntomas de robo, que es su intento inconsciente de privar al otro que previamente lo había privado. Es decir que cuando un sujeto es tutelado se introduce una nueva dimensión de vulnerabilidad: la que implica que se produzcan momentos de desenganche y de desafiliación. Entenderlo de este modo modifica el encargo de protección en tanto y en cuanto, más allá de garantizar que las necesidades básicas estén cubiertas de lo que principalmente hay que proteger al sujeto es del desenganche y de la desafiliación.
Una hipótesis
Vemos entonces que adolescencia, TMG y desamparo son tres factores que muestran que estamos ante una situación delicada. La hipótesis que proponemos es que en el caso de los adolescentes con TMG desamparados puede producirse una superposición entre el desamparo social y el desamparo subjetivo.
La frase «Si somos escoria daremos trabajo a ese racista» muestra como las conductas, los comportamientos en los adolescentes y los jóvenes no son sin el otro de referencia, es más, van dirigidas a él. Muestra cómo las respuestas del otro de referencia pueden conducir al sujeto por la vía de la acogida o por la vía del rechazo. En el caso de París vemos cómo el rechazo instituido retorna bajo la forma de violencia. En el caso de París vemos cómo para poder tratar a estos jóvenes es necesario que también se haga un tratamiento del otro de referencia.
¿De qué se trata en este tratamiento del otro de referencia? Se trata de poder ubicar allí donde lo que aparece son explosiones que se presentan como inmotivadas, donde aparecen agresiones al otro o a sí mismos, donde aparecen fugas y un sin fin de expresiones algo del orden de una palabra, algo del orden de una demanda. Podemos decir que la demanda paradojal de los adolescentes es una demanda de respeto4 y es paradojal en la medida en que para poder sostener ese tipo de demanda el profesional que trabaja con adolescentes ha de «dejarse incomodar». «Dejarse incomodar» es una forma de tratar la posición del profesional frente a estos chicos.
Acerca del trabajo en «xarxa»5
«Dejarse incomodar» implica que hay que elegir una forma de trabajo que priorice la particularidad del caso por caso. Esto significa que los profesionales incluidos en un caso tengan que sentarse a conversar y para hacerlo han de dejar caer las certezas que tienen sobre el caso para, entre todos, poder construir un nuevo saber que tome lo colectivo y lo individual como manifestaciones diferenciadas. También a partir de esa conversación poder situar los límites de cada campo para desde allí corresponsabilizarse. De alguna manera creemos que en esta conversación es posible construir el caso. De esto se deduce que la «xarxa» es una estructura de trabajo que se conforma cada vez. Cada vez que se aborda un caso hay algo de lo inédito. Y de eso inédito se trata ya que la «xarxa» debería ser un laboratorio de investigación en el cual la formación y el soporte técnico serían dos elementos fundamentales para sostener una buena práctica profesional. En el caso de los adolescentes desamparados con TMG una buena práctica profesional es aquella que permita que el referente del caso no obstaculice las formaciones que alejan al sujeto del desamparo estructural.
Acerca de la evolución a la edad adulta
Para concluir hay que decir que el momento de salida del sistema de protección es un momento propicio para que retorne para el sujeto el desamparo estructural y también el social. La salida del sistema de protección se basa en el supuesto de que hay una coincidencia entre el tiempo cronológico y el tiempo de estructuración lógica en el sujeto. De manera sencilla se cree que el tiempo social de los 18 años que permite a un sujeto votar coincide con el tiempo de lo que llamamos «autonomía». Sin embargo este ideal de autonomía se da de bruces con la realidad de lo que encontramos. Sujetos que han sido atendidos en los centros de salud mental infanto-juveniles con una frecuencia importante y adecuada a su problemática; profesionales de salud mental que dialogan con sus tutores y sus padres de acogida de manera periódica para poder sostener y resolver las dificultades a las que nos confrontan; la seguridad de tener un «lugar de vida» y también la de tener «un lugar donde vivir». En resumen el hecho de haber construido un Otro donde poder alojarse, es decir la salida del desamparo. Los 18 años frente a esto se convierten en una amenaza de desestructuración. Como decía al principio ya desde los 16 años en muchos casos aparece en el horizonte la falta de horizontes. La caída del Otro de la protección, se manifiesta en sus diversas formas, y con su caída cae también el sujeto. Es a esto a lo que nombramos salida del desamparo y retorno.
Entonces si tomamos como una premisa la no coin
cidencia bastante generalizada entre el tiempo social y el tiempo subjetivo deberíamos poder construir por el lado de la salud mental algún «programa puente» entre lo infanto-juvenil y lo adulto que sostenga justamente ese tránsito hacia la adultez, ya que se trata de un tránsito y no de un hecho (la adultez) logrado a los 18 años y por el lado de la protección habría que construir en este mismo tránsito alguna figura del otro que garantice un cierto relevo respecto al lugar de vida para aquellos sujetos que no se caracterizan por la autonomía.
Notas
(*) Ponencia presentada en el «2º Congrés Català de Salut Mental del Nen i de l’Adolescent: Adolescencia i Joventut: Les noves necessitats en Salut Mental», Bercelona 17 y 18 de Noviembre de 2005.
1 El Trastorno Mental Grave es un término de nueva aplicación (2002) desde el Servicio Catalán de la Salud. Engloba una serie de patologías de comienzo en la infancia y la adolescencia. Estas patologías son: los trastornos generalizados del desarrollo, autismo y psicosis, los trastornos afectivos graves, y los trastornos disociales.
2 Lacan, Jacques. Seminario 8, La Transferencia, Paidós, Argentina, 2003.
3 CRAE: Centro Residencial de Acción Educativa donde residen los niños y adolescentes tutelados.
4 Lacadée, Philippe, «La demanda de respeto»
5 «Xarxa»: es el nombre que se da en Catalunya a la Red asistencial.