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Ana V. Cornaglia Trabajadora Social de la Fundación Nou Barris Per a la Salut Mental. Miembro del equipo de SAR.

Una experiencia grupal con adolescentes tutelados

Desde el equipo del Programa de Suport i Asessorament a les Residències de la DGAIA (SAR), de la Fundación Nou Barris, se planteó la conveniencia de intervenir con adolescentes a partir del dispositivo grupal. Para ello se elaboró un proyecto, definiendo el perfil de los participantes y los objetivos de trabajo: adolescentes de diferentes centros de entre 14 y 16 años y que provienen de familias afectadas por problemáticas graves, tales como la violencia, la enfermedad mental, la conflictiva con la ley, adicciones o la pre-
cariedad social crónica, donde la desestructuración, inestabilidad y/o desregulación ha implicado la intervención de la DGAIA como medida de protección, en relación al menor. Dicha Intervención consiste en la retirada de los jóvenes de su familia biológica o referente, hacia otra familia extensa o ajena, o bien a un centro residencial.

Hablamos de un colectivo donde muchos de estas chicas y chicos, han vivido experiencias diversas e importantes de pérdidas, desamparo y que en este momento de tránsito de la adolescencia, se encuentran con cierta fragilidad frente a los cambios que supone esta etapa vital, sin suficientes herramientas subjetivas y sociales a su alcance. Menores que si bien en estos momentos viven en lugares protegidos, como es el centro o la familia asignada; están desorientados, lo que les dificulta encontrar referentes claros en los adultos, tutores o educadores que los acompañan. Se suma también, que muchos de estos chicos y chicas, sufren un malestar psíquico que afecta aún más su trayectoria vital y necesitan especial soporte y tiempo.

Los objetivos que nos planteamos entre otros, fueron:

Objetivos generales:

• Proporcionar un ámbito de confianza donde los y las adolescentes puedan expresar y pensar sus dificultades e inquietudes, y poner límites a la tendencia excesivamente actuadora propia de la edad.

• Ofrecer un espacio donde a través de las orientaciones clínicas y del trabajo social, los adolescentes puedan hacer elaboraciones propias que les sirvan en su vida cotidiana y les permitan insertarse de forma activa y autónoma en la realidad.

• Favorecer, a través de la experiencia grupal, un lugar de encuentro con los iguales, donde el relato de las vivencias que puedan ser comunes, refuercen los vínculos con los otros.

Participaron en este proyecto siete adolescentes, todos de diferentes centros. Se realizaron diez reuniones semanales de una hora cada una. Se trabajó desde una orientación principal, la invitación al “lugar y a la palabra”. La función de coordinación o facilitador la llevamos adelante principalmente, una compañera psicóloga(2) de nuestro equipo y yo misma, como trabajadora social.

El dispositivo GRUPO fue pensado como herramienta de intervención y de práctica social que posibilitara, por una parte, el lazo con otros iguales, y por otra, la enunciación de la palabra propia. La palabra como “tarea” “donde aprender a pensar en la resolución de las dificultades en el campo grupal y no en el de cada uno de sus integrantes(3). Citando a Pichon Rivière y siguiendo a nivel general el marco conceptual de grupos operativos que este autor plantea. Pero sí donde la experiencia de cada uno desde su propia subjetividad se verá confrontada, debatida y/o cuestionada con la del otro.

El espacio fue una propuesta que los convocó desde el inicio, que utilizaron y que hicieron propio. La asistencia fue importante. Pensamos, como una posible hipótesis del hecho convocante, la existencia de un espacio formal pero diferenciado. No era un lugar educativo, ni el Instituto ni el Centro, ámbitos en los que estos chicos y chicas se desenvuelven la mayor parte de su tiempo. Concurrían para encontrarse con “otros iguales”. Debían construir el espacio ellos mismos. Y ante la propuesta de invitación a participar del grupo, si bien estaba el interés de abordar sus dificultades a nivel de las relaciones con el otro, estaba presente también la inquietud de compartir la experiencia del centro y de conocer a otros como ellos. ¿“Cómo son esos otros que viven en el Centro”?

Nuestra manera de operar en el grupo se fue construyendo a medida que se desarrollaron los encuentros, vale decir, que si bien teníamos clara nuestra función, entendida como soporte, donde la presencia facilita y acompaña; ésta no significaba una “posición ingenua, significaba que cada movimiento, cada intervención, estaba respondiendo a la dirección del acompañamiento(4), como lo refieren Rosana Goyeneche y Teresa Piccinini en su libro El arte de acompañar a niños y adolescentes. Ellos fueron quienes nos situaron en un lugar particular. De alguna forma nos iban indicando qué necesitaban del espacio que ofrecíamos. Se apropiaron del LUGAR y nosotras éramos parte de éste, éramos una referencia y un cierto marco. Pero el lugar ofrecido, se fue convirtiendo en su propio territorio.

La intervención podía ser escuchada, pero no de cualquier manera, estaban implícitas unas condiciones, una lógica. Cuando la palabra, en forma de pregunta, venía de afuera, no siempre era aceptada; la intervención en general se escuchaba dentro de la propia narrativa que ya circulaba y que ellos y ellas ya habían puesto en juego. Cuando, por ejemplo, al inicio de las sesiones se les preguntaba si había alguna cuestión que les preocupaba y quisieran comentarlo, no surgía nada al respecto, estaban presentes largos silencios. Las preguntas disparadoras a veces no hacían eco, pero sí se podía generar un torbellino, a partir de una pregunta hecha por ellos mismos, tal como: “¿… a vosotros os dejan ponerse un piercing en el centro? ¿Cómo lo hacéis?”.

¿Sobre qué hablaron?

Ellos y Ellas entre otros temas, refirieron cuestiones relacionadas a los Centros, tema de conversación que fue recurrente y que tiene mucho sentido ya que son sus lugares de vida. Señalaron lo institucional, sus dinámicas internas, las reglas y normas que los rigen. Las sanciones y premios. Las salidas y permisos. La relación con sus referentes educativos. Los cambios de referentes, las pérdidas. Los cambios de Centros, el tiempo que llevan en la institución. Lo edilicio, el lugar físico que habitan. Algunos señalaron las condiciones para poder ir a un piso tutelado a partir de los 16 años, porque estaban transitando esa experiencia.

Y sobre esto comparaban, se preguntaban entre ellos, disentían, se aconsejaban, compartían estrategias. Este compartir y escucharse les ayudó porque hubo un cambio en la percepción para algunos en relación con su propio centro residencial, descubriendo que ése era un buen lugar. Un lugar donde se sentían protegidos.

También hablaron de sus familias, del Instituto, de por qué viven en un centro tutelado y lo que eso les significa. Sobre esto último, se observó un aspecto delicado vinculado a la identidad y a su posición en relación con los otros.

Para algunos, el vivir en un centro tutelado era una experiencia relatada en su imaginario como un hecho vergonzante, una experiencia a ocultar, o sólo confiar a los más íntimos. Los significantes que utilizaban para describirla giraban en torno a lo marginal, lo sospechoso o delincuencial: “Creen que somos de Centro Correccional”, “Parecemos de una ONG”. “Los padres de nuestros compañeros de instituto no se fían de nosotros.” Al respecto y como forma de enfrentarse a esa experiencia, algunos se presentaban de forma diferente, por ejemplo, se inventaban una familia como medio para ocultar de alguna manera su realidad. El relato daba cuenta de que vivencias cotidianas podían ser complejas para ellos y necesitaban ser tramitadas de forma particular. Tales como salir a comprarse ropa, o que fuesen invitados a un cumpleaños.

También era una experiencia vivida con cierta responsabilidad o culpa. “Estamos en un centro porque nuestros padres no saben qué hacer con nosotros”, “Estoy en un centro por mi mal comportamiento”.

Boris Cyrulnik, en su libro El amor que nos cura refiere: “mientras el trauma carezca de sentido, permanecemos aturdidos, alelados, atónitos, trastornados por un torbellino de informaciones contradictorias que nos vuelven incapaces de decidir, ahora bien, dado que estamos obligados a dar un sentido a los hechos, disponemos de un medio con el que arrojar luz en la neblina provocada por el acontecimiento traumático: el relato(5).

Desde lo social, intentamos trabajar con estos chicos y chicas dándoles herramientas de aprendizaje desde el marco educativo, brindándoles valores, deseando que cuando cumplan la mayoría de edad estén en condiciones de hacerse cargo de sí mismos, que puedan insertarse, que puedan hacer buenas elecciones, que puedan elaborar un proyecto vital, que puedan enfrentarse a la complejidad de nuestra realidad contemporánea, competitiva y basada en principios de exclusión.

La experiencia del trabajo grupal con estos adolescentes, consiste en acompañarlos para que ellos mismos puedan expresarse y hacer elaboraciones subjetivas que les permitan estructurar un marco simbólico de cierta autonomía. Los objetivos fijados previamente para nuestro trabajo, de alguna manera, y lo planteo como un interrogante, me han parecido como una falacia, un cierto artificio. Si bien estos objetivos son necesarios y nos dan el marco del proyecto y el sentido de la práctica como herramienta habilitante, surge como fundamento de esta experiencia el reconocimiento del hecho subjetivo de un trauma, como refiere Cyrulnik. Un daño.

Será necesario partir de esta consideración, que me parece fundamental. Será necesario que ese relato particular surja, como se pronunció en el marco de la experiencia. Ese relato que se expresa en relación a su interpretación de los acontecimientos que viven, con culpa, con un sentir de excluido o marginal. El relato que es contradictorio, irreverente, impulsivo, transgresor, necio. El que también se expresa desde la sentencia, o que desacredita a la autoridad; el que se muestra indiferente, caprichoso. Todo ello es el propio relato vital. Será necesario entonces, que se revele y que se les brinde la posibilidad de que surja una y otra vez. Cómo se manifestó en esta experiencia.

Sí, en un marco de acompañamiento. Para que ellos puedan darle su propio sentido, y que éste pueda ser matizado, reorientado, devuelto con otros posibles significantes desde la intervención profesional. De forma que ellos y ellas elaborasen desde allí, su posición ante lo otro y los otros. Esa fue la función que intentamos llevar adelante con el espacio que propusimos y brindamos, donde a modo de conclusión de esta experiencia retomo el análisis que hacen Rosana Goyeneche y Teresa Piccinini en relación con la función de acompañamiento, en este caso, en el dispositivo grupal se trató de “sujetar los lugares existentes y de colaborar en la fundación de otros, (donde no hubo) o donde algo que había se rompió”.

Notas y referencias bibliográficas:

(1) Agradezco a Susana Brignoni la sugerencia del título de este escrito.

(2) Judith Martí i Sala, Psicóloga Clínica. Sin ella no hubiera sido posible esta experiencia.

(3) Zamanillo, Teresa (2008): Trabajo Social con Grupos y Pedagogía ciudadana. Madrid. Síntesis, S.A.

(4) Goyeneche, Rosana; Piccinini, María Teresa (2008): “El Arte de acompañar a niños y adolescentes”: Introducción al Acompañamiento Terapéutico. Buenos Aires. Ed. Letra Viva.

5) Cyrulnik, Boris (2006): El amor que nos cura. 2.º Edición. Barcelona. Gedisa.

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