François Ansermet Psicoanalista. Antenne clinique de Genève
Traducción: Nilda Prados
Revisión por pedido del autor: Beatriz Premazzi“
No se trata de una elección, sino de un hecho”, afirmó hace poco un paciente de 15 años que vino a consultarme por su proyecto de cambiar de sexo. En efecto, se siente capturado en un sexo que no le corresponde; dice vivirse desde siempre como una niña atrapada en un cuerpo de niño; quiere entonces cambiar de sexo y espera el momento en que la cirugía y la endocrinología le permitirán realizar la metamorfosis de su cuerpo.
Todo el enigma clínico de la transexualidad gira, en efecto, alrededor de la certeza en juego; es ella la que determina que el conjunto de las cuestiones venga a plantearse finalmente tomando otros puntos de referencia que aquellos propios de una problemática de la elección.
Una extraña certeza
En la perspectiva transexual–transexualidad, transgénero, transidentidad, las terminologías son todavía provisorias– las cartas están echadas. El sujeto rechaza definitivamente la anatomía que su nacimiento le impuso. Subjetivamente, no está alineado del lado de la diferencia. Se sabe diferente y quiere ir al encuentro de esa diferencia en la que él cree; ya no aborda la diferencia a partir de la anatomía que determinaría su destino, sino a partir de una posición subjetiva. Decididamente, la diferencia de los sexos es abordada más allá de la diferencia anatómica.
Lo que caracteriza al transexual es la certeza de haber nacido con una falsa anatomía. Está convencido de no ser del sexo que su anatomía le atribuye. Esta certeza se presenta como absoluta. De ahí se deduce la elección que aparece en el registro de la certeza. Se trata de una elección inquebrantable sostenida en esa extraña certeza, una certeza que se impone, inexplicable, sin otra razón que ella misma; una certeza sin exterioridad.
¿Cómo puede una elección plantearse sin suscitar ninguna duda? Toda la cuestión reside en esta curiosa certeza. Lo que el sujeto dice a través de su proyecto transexual es una suerte de “Yo no soy lo que soy”, reforzado con un “No soy lo que pretenden que sea”, de donde se desprende una especie de fórmula lógica que llega a ser inquebrantable.
Esta certeza sorprende, intriga precisamente en la medida en que no interroga al sujeto. ¿De qué se trata? ¿De una convicción? ¿De una creencia? ¿Una creencia en lo que va a ser posible a partir de tener ese otro sexo que no es el suyo? A veces, es posible preguntarse si esta certeza no viene a funcionar como un tapón contra la angustia; su estatuto, en todo caso, sigue siendo un enigma. Paradójicamente, se podría incluso decir que es un enigma que esta certeza no sea un interrogante para el sujeto, motivo por el cual durante mucho tiempo fue situada del lado de las psicosis(1), consideración que suscitó después toda una controversia al respecto. Si esta hipótesis no es la buena, si efectivamente ése no es el caso, ¿de dónde proviene la evidencia de esta certeza?
Para dar prueba de ella, podría tomar por testigo a Salomé, a quien conozco desde la infancia y cuyas convicciones no han variado: ella es de otro sexo que el de su anatomía y será preciso transformarla. A partir del momento en que sea posible hacerlo, irá dando los pasos necesarios para ser operada. En lo que respecta a su posición, Salomé no la modificó en el transcurso del tiempo. No soportó su menstruación en el momento en el que apareció; vive su llegada imprevista como una tortura originada en las profundidades mismas de su cuerpo. Otro tanto ocurre con sus senos, que trata de reducir con cintas adhesivas que lastiman su piel. Para ella, su opción no admite duda alguna; su convicción es que debe, a partir del momento en que sea posible, hacer modificar ese cuerpo que es sólo un envoltorio que no corresponde a su identidad sexual. Decidida a alcanzar ese objetivo, me dice que incluso se propone desplazar su turno de modo que coincida con el día en el que cumplirá sus 18 años, así yo puedo redactar de inmediato una carta dirigida al equipo especializado en los cambios de sexo.
Quienes pueden llegar a verse invadidos por la duda son, en todo caso, aquellos que se encuentran frente a la certeza transexual. Es lo único que está claro, todo exige ser revisado. ¿Qué es la diferencia de sexos? ¿Dónde se pone en juego?
Tal como lo enseña otra clínica por completo diferente, aquélla de los intersexos, consagrada a quienes han nacido con una anatomía ambigua, la diferencia no es fácil de situar: no es simplemente cromosómica, genética, endocrina, morfológica o cerebral, ni se inscribe tampoco en los géneros definidos según las atribuciones sociales. Hay una diferencia, pero no es localizable. Con mayor precisión, se trataría de una diferencia lógica, una diferencia de estructura, una oposición significante, como la de las fórmulas ideales que figuran en la parte superior de las fórmulas de la sexuación(2) y es con respecto a esta diferencia que no admite la cosificación, que cada uno se posiciona haciendo jugar a su manera su incertidumbre.
La elección categórica de los transexuales introduce un corte que la aparta nítidamente de la búsqueda de los intersexos o de sus familias que los tienen a su cargo y ya no saben a qué protocolos fiarse ni cuál de ellos sería el más apropiado. Mi posición en lo que hace a los intersexos supone referirse al caso por caso propio de la clínica, antes que imaginar la posibilidad de contar con un protocolo válido para todos.
Frente a la diferencia de los sexos, no localizable, le toca a cada uno inventar su solución, valerse de sus recursos improvisados. Por consiguiente, a cada uno sus dudas. La duda viene con la elección. ¿De qué modo podría ocurrir que una elección llegue a operar sin la sombra de una duda, tal como parecen vivirlo quienes se sienten habitados por una problemática transexual?
El género fluido
De manera sorprendente –en contrapunto con las certezas propias del transexualismo o las dudas de los intersexos– aparece hoy otro campo, una problemática nueva, la del “género fluido”. Este campo, por el contrario, le da prioridad a la exploración y la duda en lo que hace a la manera de situarse respecto a la diferencia de los sexos. La revista Marie Claire en su número de noviembre de 2012, por ejemplo, se dedica a plantear la duda y se interroga: ¿Un niño puede llevar un vestido?
Siguiendo la tendencia contemporánea al relativismo, hoy todo sería posible entre lo masculino y lo femenino. Sería necesario no fijar nada en la educación de los niños. ¿Habremos llegado a los tiempos de lo que se llama el género fluido, así como existe el amor líquido?(3).
Parecería que se quiere valorizar una identidad flotante en cuanto al género, no sólo en los medios de comunicación, sino incluso en la relación entre los padres y los hijos.
Podría tomar el ejemplo de una madre que encontré con su hijo, en quien se manifiesta una perturbación específica –una variación de la diferenciación sexual, como se la designa actualmente–; se trata de una presencia de residuos, atribuible a la permanencia de hormonas müllerianas que prevalecen sobre un déficit de hormonas antimüllerianas o a una resistencia de los receptores a estas hormonas; estas estructuras müllerianas constituyen en la niña la base del desarrollo del útero, en tanto se reducen generalmente en el niño a partir de la octava semana de gestación, como consecuencia de la acción de esas hormonas antimüllerianas. De esta manera, aun cuando se trate en todo lo demás de sujetos 46XY normalmente desarrollados, la persistencia de esas estructuras determina que resulten alineados del lado de las perturbaciones de la diferenciación sexual y se habla de ellos en términos de hombres con útero. En cierto momento, esto fue lo que se le dijo a esta madre respecto de su hijo. Probablemente traumatizada por la idea, aun cuando ella afirme lo contrario, quedó fijada allí y educa a su hijo, de 5 años de edad en el momento de la consulta, pensando que él podrá elegir más tarde seguir siendo un niño o transformarse en niña. En una ocasión, ocurrió que su hermano, unos pocos años mayor que él, le preguntó el día de su cumpleaños qué le gustaría hacer más tarde con su útero.
El niño, perplejo, aun cuando no capte de qué se trata, escucha todo esto como eventualidades. Pero la madre, por su parte, se instaló en la idea de la existencia siempre posible de una modificación del sexo; considera que no se trata de permanecer fijado a ése que está presente allí y que, al fin de cuentas, cabría para cada uno la posibilidad de elegir cambiarlo una vez llegada la edad adulta.
Esta convicción relativista, que el padre por el contrario no comparte, surgió sin duda en ella a partir del hecho de haber tenido ante sí la perturbación específica diagnosticada en su hijo; esto no quita que en la madre se presente como una evidencia que la identidad sexual es al fin de cuentas por completo arbitraria, móvil, plástica. En este caso, esa evidencia es quizás el efecto de un dato médico de incertidumbre respecto del sexo, a partir del cual se precipitó la cascada relativista. Pero se trata de algo que puede ocurrir también, por cierto, sin obedecer a un disparador de este tipo.
Así, en el caso de otro niño de 5 años, cuyos padres lo traen a consulta porque quiere sin cesar disfrazarse de niña e incluso sale así vestido a la calle; lo hace en particular acompañado por su padre, que sufre a causa de ello, aun cuando padre y madre dicen estar abiertos a la idea de que su hijo, llegado a la adultez, cambie de sexo. Se preguntan también si no se trata de un signo premonitorio el hecho de que su hijo optará más tarde por la homosexualidad, algo que por su parte también admitirían. En cambio, la mirada de los demás les causa molestia. ¿Están haciendo algo que pueda calificarse de “erróneo”?
Sus respectivas familias de origen también aceptan la hesitación del niño en cuanto a su identidad de género. Hablan al respecto en su presencia durante la consulta, mientras el niño juega con su hermana de 3 años. ¿Se trata acaso de algo que debutó con el nacimiento de esta niña? ¿Es el resultado de alguna manifestación de celos? Para ellos nada tiene sentido. Y el niño confirma que él, en todo caso, se siente más niña que niño y que, más tarde, querría ser una niña.
En algunas ocasiones, la perturbación del niño en cuanto al género «fluido» es un síntoma del padre, de la madre o de ambos. Tal es el caso de un niño de 8 años, que pasaba sus vacaciones de invierno disfrazado de niña. Era su regalo de Navidad. Tomaba el avión que lo conducía a otro hemisferio, se cambiaba, llegaba disfrazado de niña y así permanecía hasta su regreso. Sus padres le regalaban esta metamorfosis. Era quizá demasiado. El niño me dirá en algún momento hasta qué punto la aceptación de sus padres lo angustiaba. Quedó revelado que, por sus propias razones, ésa era en todo caso la demanda de sus padres y no la suya.
Comoquiera que sea, esas situaciones indican una relación particular tanto con la diferencia sexual como con la ley. La diferencia sexual no es más la consecuencia de una ley, de un “es así”, sino que es vivida como algo susceptible de ser reacomo-
dado, algo discutible, arbitrario. ¿De dónde proviene esa diferencia? ¿Quién la definió? ¿Sólo hay verdaderamente dos sexos? ¿Pero quién inventó eso entonces? ¿No sería posible ver las cosas de otra manera? Es un niño, pero bien podría haber sido una niña… o lo contrario y puesto que cabía la eventualidad de que el resultado fuese otro, uno puede entonces cambiar lo que es.
Éste es el tipo de razonamiento que se pone de manifiesto en quienes entran efectivamente en el juego del relativismo. ¿Se trata de un juego con la ley? ¿Más allá de la ley? ¿Un juego del deseo con la ley?
Pensamos habitualmente el deseo como articulado con la ley, ¿pero las potencialidades del deseo pueden ir más allá de la ley? ¿Sería necesario considerar que en esas situaciones la ley del deseo ocupa el lugar de la ley de la diferencia sexual? ¿O bien todo eso es el signo de que la ley no opera más?
A veces, en efecto, ya deja de ser un juego, tal como lo demuestran los proyectos de los transexuales.
La elección transexual
Retomemos ahora nuestra pregunta inicial: ¿la elección transexual es una decisión? Esa decisión queda planteada respecto de la diferencia sexual. Podríamos decir que el transexual es aquél que cree más que nadie en lo que se encarna de un lado y de otro de la diferencia sexual: su creencia al respecto es tan firme que está dispuesto a cambiar de sexo. Con frecuencia se describe a sí mismo como que tiene una identidad sexual provisoria y que sufre a causa de ella, y lo vive como situado erróneamente respecto de la diferencia sexual, a la espera del momento en el que podrá al fin cambiar de identidad sexual.
Comoquiera que sea, cada caso debe ser pensado en su singularidad. El psicoanálisis no dice lo que es preciso hacer: sólo puede aportar referencias para entender la singularidad de lo que está en juego para cada sujeto. En lo que hace a la clínica del transexualismo, podríamos proponer cuatro direcciones para orientarse en el abordaje caso por caso: la identidad, la sexualidad, la reproducción, el origen.
La identidad
La identidad se presenta como la orientación más evidente: querer cambiarla da la ilusión de que se la puede definir. Uno no quiere la que recibió, sabe que quiere otra, todo lo cual hace creer que fue captado el alcance de aquello que está en juego. ¿Pero verdaderamente se trata de eso? Quizá la identidad existe más cuando se la rechaza, el rechazo le da consistencia; incluso si el rechazo de una identidad es planteado con fuerza, esto no dice qué es esa identidad rechazada ni aquélla que se quiere alcanzar. Por otra parte, ¿podemos decir con certeza qué es un hombre o una mujer?
El psicoanálisis nos muestra que no es tan fácil –¡incluso que resulta por completo imposible!(4). Es quizá la razón por la cual se recurre a ideales del sexo prêts-à-porter que vienen a disimular esta definición imposible. No existe una referencia esencialista de la identidad masculina o femenina. Allí se ubica quizás un punto de encuentro entre los psicoanalistas y los constructivistas(5). La identidad es una construcción, un proceso identitario que culmina en la construcción de algo que es en cada caso singular: no apunta tanto a alcanzar un género estandarizado, sino más bien a una organización subjetiva del género. No obstante, aquello que resulta particular en esta organización es el hecho de que pase por una modificación concreta del cuerpo, tanto hormonal como quirúrgica.
Como ya lo decía Freud, no hay pura masculinidad ni pura feminidad(6), es un mixto, pero hay una diferencia, como dijimos no localizable, respecto de la cual cada uno se sitúa a su modo de un lado o del otro. La apuesta es por cierto la misma cuando se trata de escuchar a los transexuales: comprender que también ellos son un mixto, que existe también en ellos una ambivalencia, una ambigüedad, que no está todo tan claro más allá de la certeza que los caracteriza. Así me lo decía hace poco un joven de 15 años, fascinado por la androginia, pero del lado femenino: si bien está convencido de querer transformarse en mujer, querría seguir siendo andrógino, pero del lado femenino, esto es, antes que nada no perder la ambigüedad, seguir ubicado en lo incierto (algo que constituye, según mi experiencia, una posición completamente excepcional).
Se trata también, a propósito de la identidad, de abandonar la referencia a la naturaleza. En efecto, es más allá de la naturaleza que se juega la cuestión transexual, incluso si de manera paradójica ella misma conduce a intervenir concretamente en el cuerpo con el fin de transformarlo.
Hay quizá un malentendido fundamental: ¿es verdaderamente el cuerpo lo que está en juego o, por el contrario, un más allá de las restricciones que el cuerpo sexuado impone? Tal como lo formula Lacan de una manera particularmente incisiva y pertinente: “En esas condiciones, para acceder al otro sexo es preciso realmente pagar el precio, el de la pequeña diferencia que pasa tramposamente a lo real por intermedio del órgano, justamente por el hecho de que sin cesar es tomado como tal y, al mismo tiempo, revela lo que quiere decir ser órgano. Un órgano sólo es instrumento por la mediación de esto a partir de lo cual todo instrumento se funda: qué es un significante”(7).
Es quizás esta confusión entre el significante y el órgano la que determina que en ese tipo de iniciativas estos sujetos no expresen ningún temor respecto de la intervención quirúrgica. Y esto es así pese a las operaciones mutilantes a las que proyectan someterse y que consideran, por el contrario, una liberación del órgano en beneficio del significante.
Ese beneficio acordado al significante podría darse a través del trasvestismo o del cambio de nombre, pero los transexuales no quieren limitarse a incidir en el significante –aun cuando sea en términos de significante que no quieren el órgano–, sino que apuntan a intervenir directamente sobre él(8).
Se plantea al respecto la pregunta acerca de las metamorfosis que la pubertad pone en juego. Algunos clínicos se arriesgaron a explorar los procedimientos que apuntan a un freezing de la pubertad, es decir, a una suspensión de su proceso. La pubertad es algo que se impone, le ocurre al sujeto sin que intervenga su decisión; algunos la viven de manera traumática, aún más cuando un proyecto transexual está en juego. Acudiendo a tratamientos específicos, se trata entonces de suspender concretamente la pubertad para escapar a su determinación fisiológica puesta en marcha de manera inexorable, así como a sus efectos en el proceso de la sexuación. La menstruación es vivida muy dolorosamente y el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios es experimentado como una agresión. Algunos tienen el proyecto de detener esas transformaciones desde el comienzo de la pubertad, de suspenderlas en su proceso para no tener que corregir sus consecuencias más tarde.
Como lo escribe Norman Spack, de Boston(9), “Es preciso que el niño no sea rehén de su cuerpo”. La anatomía ya no puede ser más el destino(10). El destino es la elección del sujeto, incluida una elección hecha antes de la pubertad. Desde este abordaje, nos encontramos con un preadolescente de uno u otro sexo –en un momento de suspenso de una identidad–, mantenido artificialmente en un estado prepuberal, en espera de lo que más tarde habrá de realizarse mediante una nueva asignación de identidad, modelando ese cuerpo en función de la posición del sujeto, ajustando de la mejor manera su apariencia a su proyecto.
La sexualidad
Tenemos que distinguir la cuestión de la sexualidad, por un lado, y aquélla propia de la identidad sexual. Ocurre tal vez, además, que se asimila en exceso la transexualidad a la cuestión de la identidad. De un lado tenemos una vertiente de la sexualidad como tal, que implica el deseo y la elección sexual y del otro, el proceso de la sexuación, que implica la identidad. Incluso si ambos se cruzan, la identidad no aporta la solución en lo que hace a la sexualidad.
También está en un primer plano la cuestión del deseo. ¿Cuál sería el destino del deseo después de la metamorfosis sexual?
No hay tampoco universales al respecto, ni solución acuñada; en cuanto al uso de la diferencia sexual no hay soluciones universales, válidas para todos. En lo que hace a esa diferencia, los humanos llegan al mundo sin instrucciones de uso. Como lo escribe Lacan a propósito de “El despertar de la primavera de Wedekind”(11), la sexualidad hace “agujero en lo real”, no hay un saber disponible y en la medida en que “nadie se las arregla bien con el asunto, después tampoco nos preocupamos más de eso”. Si bien algunos, en efecto, “no se preocupan más”, otros, por el contrario, se preocupan mucho. Tal es el caso, por ejemplo, de esos hombres conocidos como “hombres lesbianos”(12), quienes buscan transformarse en mujeres con el proyecto específico de tener relaciones sexuales con mujeres. Transformarse en mujer para acostarse con una mujer: para ellos, el proyecto de cambiar de sexo es, en primer término, una necesidad para avanzar hacia una nueva sexualidad. El cambio de sexo viene a quedar planteado como una condición de la relación sexual, de una relación sexual que al fin existiría.
Podríamos así formular como hipótesis que el proyecto de cambio de sexo sería una manera de creer en la relación sexual que no existe, como si ese cambio viniese a hacer posible la relación sexual.
Pero a veces los proyectos son diferentes. Como el de esta adolescente que se propone transformarse en hombre, pero me dice estar enamorada; precisa que es de una mujer y agrega: “Es evidente, puesto que soy heterosexual”. En este punto sigue bien a Lacan, para quien todo sujeto que desea a una mujer es fundamentalmente heterosexual, cualquiera sea su sexo.
Más allá de toda elección, cuando la sexualidad está en juego la identidad entra inevitablemente en crisis, como así también el deseo, revelando un goce opaco, enigmático, desconocido(13). Este goce trastoca todas las expectativas hasta entonces regidas por los ideales del sexo: sólo le queda al sujeto encontrar su propia vía entre identidad y deseo, entre elección del sexo y elección de goce.
La procreación
Con la metamorfosis transexual también viene a plantearse inevitablemente la cuestión de la reproducción sexual. Como lo enuncia Lacan, por un lado está la relación sexual –que no existe y que tampoco sabemos en qué consiste– y por el otro, la reproducción de la vida, respuesta común a esa relación que no hay(14). Esta respuesta por la procreación se impone frente a la cuestión sexual que, por su parte, es insoluble, no hay una fórmula acuñada susceptible de resolverla; esa cuestión sexual reenvía a un agujero en el saber, a un real que se impone sin que el sujeto sepa qué es o qué hacer de él. Aun cuando esa respuesta se ponga en juego también en la transexualidad, a menudo se mantiene allí velada y hasta reprimida, ya se trate de los sujetos que apuntan a un cambio de sexo o en quienes intervienen para hacerlo posible.
Sin embargo, los guidelines más contemporáneos incluyen en sus protocolos el tema de la conservación de los gametos y la reserva de una posibilidad de procrear. En las mujeres transformadas en hombres se plantea también la cuestión de conservar el útero, como ha sido en el caso de Thomas Beatie, quien transformado en hombre pudo gestar los hijos de la pareja en lugar de su cónyuge, una mujer estéril. Allí se originaron las fotos desconcertantes de un hombre portando en su seno una criatura –“the pregnant man”– ampliamente difundidas por los medios: las de un hombre que mientras se afeitaba delante de un espejo, mostraba con orgullo su velludo vientre de embarazado.
El problema de la reproducción se sitúa más allá del de la identidad, ya que puede enturbiarla, ponerla literalmente patas arriba. El hijo o la hija de una pareja transexual podría, por ejemplo, tener por genitor masculino una de las dos mujeres de las que proviene, en tanto la otra lo habría portado durante la gestación. Es imaginable todo un espectro de variantes a partir del momento en que se conservan las posibilidades de reproducción, que no guardan relación con los puntos de referencia en común de la identidad. Asimismo, el vínculo entre sexualidad y procreación viene a resultar quebrado, perturbando de una manera radical las marcas indicadoras de su encadenamiento biológico. La procreación, la reproducción de la vida, la gestación, llegan a quedar así apartadas de toda congruencia directa con la identidad y la sexualidad.
Nos preguntamos cómo interpretar la tendencia actual al rechazo de la esterilización impuesta por la mayor parte de los protocolos de cambio de sexo. Esos protocolos, en efecto, condicionan el cambio de sexo a la esterilización y muchos transexuales se oponen a que sea así. ¿Cómo interpretar ese rechazo? ¿Se trata del rechazo de la idea misma de lo que representa en cuanto a la identidad una esterilización o tiene que ver con el real mantenimiento en reserva de una potencialidad reproductiva?
Incluso si la cuestión de la reproducción no se manifiesta de manera explícita, esto no impide que pueda preocupar al sujeto sin que él lo sepa, aunque más no sea porque él mismo tomó la iniciativa de transformarse en alguien diferente del que era en el momento de su nacimiento.
El origen
El proyecto transexual en el niño y en el adolescente plantea también la cuestión de la relación del sujeto con su origen. La intervención de un nuevo posicionamiento frente a la diferencia sexual es también, finalmente, una intervención en cuanto al origen: no quedar ya sometido a un origen que se precipita sobre el sujeto, que se le cayó encima al mismo tiempo que él caía en el mundo y avanzar, por el contrario, hacia un origen recreado, reinventado. No padecer el origen, sino elegirlo.
Todo lo cual da prueba de una consciencia quizás excesiva de lo arbitrario del origen, del hecho de ser ese que uno es y no otro, del hecho de ser de ese sexo y no de otro, de haber nacido con ese sexo, en un momento y un lugar determinados: el sujeto no tiene posibilidad de modificar ninguna de esas alternativas. Y entonces, ¿por qué aceptarlo más bien que rechazarlo? ¿Por qué naturalizarlo?
¿De dónde vengo? ¿Dónde estaré cuando haya dejado de existir? Estas preguntas fundamentales en cuanto al origen y para las que no hay respuesta alguna, tienen puntos en común con aquéllas acerca de la muerte. Operar una metamorfosis en la diferencia sexual sería entonces una intervención tanto sobre el origen como sobre la muerte. Antes que padecer la muerte, ya en juego en el devenir desde el momento de nacer, por qué no plantear las cosas de un modo diferente e intervenir de manera activa cambiando los datos básicos de la diferencia sexual. Se trata de ir, a través de un origen refundado, hacia un nuevo modo de ser en el mundo: la operación sobre la diferencia sexual es así una operación sobre el origen.
A modo de conclusión
Encontrarse frente a la demanda de un paciente que quiere cambiar de sexo puede dejar perplejo al clínico. Tanto más perplejo en la medida en que hoy resulta cada vez más posible intervenir directamente sobre la naturaleza. La demanda transexual se encuentra así con el “deseo de introducir un cambio en lo real actuando sobre la naturaleza, haciéndola obedecer, movilizándola y utilizando potenciándola”(15).
Comoquiera que sea, no se puede someter lo formulado por el paciente a los ideales estandarizados del sexo. No se puede decir en su lugar qué es lo que está bien para un sujeto. Es posible, en cambio, ayudarlo para que ponga sus elecciones a prueba de aquello que, tal vez, se juegue en ellas sin que él lo sepa, introducir un cuestionamiento allí donde la certeza ocupa todo el lugar, descubrir con él los aspectos desconocidos de su determinación, de su creencia en esa identidad que quiere alcanzar, en reemplazo de aquélla que el destino anatómico le asignó.
El psicoanálisis proviene de la clínica caso por caso; no avanza opiniones supuestamente válidas para todos. Es en primer término una clínica, es decir, se reporta a la experiencia de la singularidad como tal y por eso mismo no corresponde acudir a él para establecer normas válidas para todos.
No se trata de juzgar, tanto menos cuando un buen número de esos sujetos después se sienten mucho mejor, cada uno se las arregla con eso que es y eso que quiere ser. Sin embargo, en tanto clínico, cuando un niño o un adolescente se instala en un proyecto de ese tipo, no es posible dejar de lado la pregunta acerca de lo que no se pudo captar de aquello que los precipita hacia esa opción, en qué punto no fue posible escuchar la angustia que viene a recubrir ese proyecto y la certeza que lo acompaña.
La identidad, la sexualidad, la reproducción, el origen y la muerte son las coordenadas para pensar el caso por caso de esas situaciones. Cualquiera sea la certeza en juego, es preciso darse cuenta del hecho de que toda elección implica un impensable. Algo de su elección escapa al sujeto que elige o cree elegir.
Para Lacan, “el impasse sexual secreta las ficciones que racionalizan el imposible del que ellas provienen”(16). No hay solución universal para hacer frente a la no relación sexual, sólo existe la solución que inventa cada sujeto. A cada uno su solución, à chacun son bricolage*, cada uno es el artesano de su ficción. Esto es lo que plantean de una manera extrema los sujetos transexuales. En efecto, quizás haya soluciones menos costosas.
* El campo semántico del término “bricolage” es muy amplio en francés, tanto más en la vertiente coloquial de la lengua. Como no encontramos el equivalente en español, consignamos aquí los matices que entendemos corresponden al contexto.
El verbo “bricoler”, por su parte, remite también a: mezclar desordenadamente objetos de distinta procedencia; modificar la materia con recursos al azar; confeccionar algo destinado a llegar a un arreglo coherente entre diversas partes; instalar con medios fortuitos algo destinado a engañar; retrucar; chapucear… (N. de la T.)
Notas
(*) Artículo aparecido en Virtualia 29 (http://virtualia.eol.org.ar/029/template.asp?Lo-femenino-y-la-sexualidad/Elegir-el-propio-sexo.html). Agradecemos una vez más la gentileza de Virtualia por permitirnos publicar la traducción de este artículo.
(1) Acerca de la certeza en las psicosis, en sentido estricto, ver en particular: Lacan, J., “El fenómeno psicótico y su mecanismo”, El Seminario, Libro III. “Las Psicosis”.
(2) Lacan, J., “Una carta de amor”. El Seminario, Libro XX. “Aún”.
(3) Bauman, Z. (2006): L’Amour liquide: De la fragilité des liens entre les hommes et La Vie liquide. Editions Le Rouergue/Chambon.
(4) “En cuanto a definir aquello propio del hombre o de la mujer, el psicoanálisis nos muestra que es imposible”, Lacan, J., “Saber, ignorancia, verdad” (4 de noviembre de 1971), Je parle aux murs.
(5) Esta observación requeriría evidentemente un desarrollo más amplio; citemos los trabajos de Anne Fausto-Sterling, quien subraya muy bien el a priori esencialista de la formulación binaria de la sexualidad en la investigación biológica. En efecto, ésta plantea la existencia de dos sexos sin cuestionarla, determinando así la manera de examinar la realidad genética. Ver al respecto, Judith Butler (2005): Trouble dans le genre. La Découverte. París, pp. 216-222.
(6) “La mayor parte de los hombres se sitúan mucho más acá del ideal masculino … Todos los individuos, como consecuencia de su constitución bisexual y de sus caracteres hereditarios, poseen a la vez rasgos masculinos y femeninos, de manera que el contenido de las construcciones teóricas de la masculinidad pura o de la feminidad pura sigue siendo incierto”, Freud, S., “Algunas consecuencias de la diferencia anatómica entre los sexos”, “La vida sexual”.
(7) Lacan, J., El Seminario, Libro XIX, “… o peor”.
(8) “El transexual rechaza ese órgano en tanto significante y no en tanto órgano […]”. Lacan agrega: “Sólo comete un error: el de querer forzar por la cirugía el discurso sexual…”, ibid.
(9) B.W.D. Reed, P.T. Cohen-Kettenis, T. Reeda, N. Spack (2008): “Medical care for gender variant young people: Dealing with the practical problems”. Sexologies, vol. 17, nº 4, pp. 258-264; Ellen Perrin, Nicolas Smith, Catherine Davis, Norman Spack, Martin D. Stein (2010): “Gender Variant and gender dysphoria in two young children”, Journal of Developmental and Behavioral Pediatrics, vol. 31, nº 2, pp. 161-164.
(10) Freud toma de Napoleón esta cita y la transpone para referirse al devenir sexual: “La anatomía es el destino”. Freud, S., “La desaparición del complejo de Edipo”, La vida sexual.
(11) Lacan, J., “Prefacio al Despertar de la primavera de Wedekind”, Otros Escritos.
(12) Ver al respecto la tesis de Denise Medico «Le devenir féminin transgenre. Une étude qualitative et réflexive sur le genre, la corporéité et la subjectivité sexuelle”, Université de Lausanne, UNIL, 2011.
(13) Queda un trabajo por hacer para pensar el estatuto de este goce, en particular en cuanto a la disyunción o la conjunción entre el significante y el goce, tanto más en la medida en que admitimos con Lacan que es en tanto significante que el transexual no se contenta más con su órgano. Esta problemática del goce en la transexualidad a partir de los seis paradigmas del goce enunciados por Jacques-Alain Miller (1999), se encuentra desarrollada en “Los seis paradigmas del goce”, La Cause freudienne, nº 43.
(14) “En otros términos, hay una tesis: no hay relación sexual –me refiero al ser hablante. Hay una antítesis, que es la reproducción de la vida […] La Iglesia Católica afirma que hay una relación sexual, aquélla que conduce a tener hijos». Lacan, J., “Saber, ignorancia, verdad y goce”, Je parle aux murs.
(15) Miller, J.-A. (2012): “Le réel au XXIème siècle”, La cause du désir, nº 82, pp. 90-91.
(16) Lacan, J. (1973): Televisión.