Helena Valldeperes. Psicóloga Clínica (UB). Psicoanalista. Directora en Signo Delta, Instituto Clínico de Psicoanálisis Aplicado
El significante TRANS-género podría pensarse como un síntoma de nuestra época, que interroga e interpela fundamentalmente el binarismo masculino/femenino, cuestionando las estructuras subjetivas sexuales por excelencia: la Homo-sexualidad y la Hetero-sexualidad. Identificarse con lo TRANS implica un pasaje, pasar de una identificación encontrada a otra buscada o, aún más, ubicarse como TRANS también puede implicar pasar del propio binarismo que ordena la ley de los sexos. Para orientarnos un poco más en el laberinto de la elección de sexo en el TRANS, nos detendremos en lo que se juega en un Transexual y un Transgénero porque, pese a que ambos denuncian su disconformidad con el género que les vino dado a partir de su sexo, sus conclusiones son bien distintas. El Transexual reconoce la diferencia sexual y la interpreta con criterios fálicos al llegar a la conclusión de que para solucionar el problema se habría de cambiar el sexo. El Transgénero admite otras interpretaciones y acepta su cuerpo, reinventándolo sin necesidad de pasar por quirófano. Algun@s incluso optan por una suerte de limbo que les permite fijarse en una indeterminación de género. El TRANS más radical podríamos decir que cuestiona el funcionamiento del género binario como tal.
Judit Butler en su Cuerpos que importan, sobre los límites materiales y discursivos del sexo se adentra en estas cuestiones y considera que tanto el sexo como el género están determinados por la cultura. No hay naturaleza natural ni existe tampoco un destino que oriente de entrada la identidad. Reduciendo la cuestión, el transexual convertiría el problema de la identificación sexual en un “problema natural” valiéndose de la Ciencia que promete acceder a la identidad deseada, mientras que el transgénero convertiría el problema de género en un problema cultural. Las teóric@s de lo Queer reinventan los gender studies sirviéndose del concepto transgénero o, si se quiere, del tercer sexo para seguir afirmando que es la cultura la que determina el sexo y el género siendo entonces, en última instancia, la cultura la que dictaría las identificaciones. En el discurso popular, cultura sería esa parte heredada de la identidad que no puede ni debe ser molestada mientras que lo natural puede ser manipulado y, por lo tanto, de libre elección y, como toda elección, uno debe hacerse responsable de lo elegido.
Lacan, en el seminario XX “Aún”, desmontó el binarismo masculino/femenino porque al fin y al cabo la “diferencia sexual” no implica que se sepa en qué consiste dicha diferencia. Porque que haya cuerpos sexuados no implica que el cuerpo sexuado hombre deba identificarse con los valores imaginarios masculinos ni que tampoco deba ser así con el cuerpo sexuado mujer. La oposición entonces entre naturaleza y cultura no parece que vaya a ser el mejor marco para poder salir de la encrucijada sexo/género. Lo que importa, en realidad, es qué hace el sujeto con la elección de sexo. Ni ciencia ni cultura entonces, no hay universal posible que no sea la elección de goce forzada e inconsciente, lo que hace en consecuencia que dicha elección sea un modo particular de goce. Nuevos discursos, diversos tipos de inclinaciones y de identidades sexuales… ¿hasta qué punto serían flexibles, alterables y dependientes de la elección del sujeto?
Dejada de lado la partición de los sexos, se puede gozar de muchas maneras. Sin normalidad impuesta, se hace difícil ordenar la anarquía de las formas imaginarias en las que se manifiesta el goce pulsional. Pero la cuestión de la identificación sexual no va en realidad de órdenes y jerarquías, porque se trata de goce, un goce primario determinado por la elección de objeto sobre el que el sujeto construirá sus propios escenarios. Habría entonces que pensar la cuestión desde la lógica de la sexuación para así arrojar más luz sobre lo que implica cuestionar el género, no queriendo saber de la diferencia sexual.