Graciela Esebbag. Psicóloga Clínica. Psicoanalista. SAR de la Fundació Nou Barris
La sinergia entre los profesionales
Me detengo en la palabra sinergia.
Sinergia proviene del griego (synergía) que significa cooperación, trabajando en conjunto. Una de las definiciones de sinergia es: “resultado de una acción conjunta de dos o más causas pero caracterizadas por tener un efecto superior del que resulta de la simple suma de dichas causas”.
Tomaré las partes de la definición para ordenar mi texto.
Trabajando en conjunto
Trabajo junto con un grupo de psicoanalistas de orientación lacaniana en una institución de la red pública de Salud Mental de Catalunya. Lo hago específicamente en un servicio —Servicio de Atención a Residencias (SAR)—, que es fruto de un acuerdo entre el programa de Salud Mental y la Dirección General de Atención a la Infancia. Este programa tiene como objetivo dar atención psicoterapéutica a niños y adolescentes tutelados por la administración y, también, asesoramiento a los educadores que trabajan en los centros. La creación de este programa está impulsada por la idea de que los niños y adolescentes tutelados son una población en riesgo.
Riesgo de padecer trastornos mentales por haber vivido situaciones de malos tratos, de violencia familiar, de abusos.
Estudiados, controlados y diagnosticados por los servicios sociales como menores desamparados y en riesgo, constituyen un conjunto que debe ser atendido por su presunta fragilidad psíquica, supuestamente producida por las múltiples situaciones traumáticas que padecieron.
Esta clasificación, este etiquetaje nos interpela. Porque, ¿cómo puede un analista intervenir sobre un conjunto cuando su orientación es el trabajo caso por caso? ¿Cómo abrirnos a la dimensión del síntoma en tanto que creación particular de un sujeto?
Paradoja 1:
Nuestra clínica del caso por caso es posible gracias a
El resultado de la acción conjunta…
Estructuramos nuestra intervención en dos niveles:
— La atención clínica a los niños y adolescentes que viven en estos centros.
— El SOPORTE Técnico. Así llamamos al trabajo de conversación que realizamos periódicamente con los educadores.
Me centraré en este último tipo de intervención, que, como demostraré más adelante, es lo que nos permite que la clínica con cada niño pueda producirse. Es decir, nos permite agujerear el conjunto.
El soporte técnico no es una supervisión, ni una clase, ni un asesoramiento en salud mental dado por un experto desde un lugar donde uno sabe y los demás aprenden.
Es una conversación que gira en torno a un caso.
Es un espacio donde cada uno puede hablar, donde cada uno tiene algo que decir.
Es un encuentro donde un psicoanalista conversa con los educadores manteniendo cada uno la especificidad de su discurso, de su campo de intervención.
La elaboración empieza antes de la llegada del psicoanalista al centro. Primero, los educadores eligen el caso. El educador responsable del niño hace un trabajo de lectura y también de escritura: relee los informes, construye la historia del niño, escribe una narración con los datos que recoge y agrega las cuestiones que le preocupan a él y al equipo.
Vemos entonces que, antes del encuentro, hay un trabajo de escritura que separa al educador del niño, del cuerpo del niño. Este trabajo le permite poner en cuestión aquello que daba por supuesto y, así, reconsiderar sus intervenciones en un ejercicio que contribuye a detener los pasajes al acto.
Todo este trabajo con lo simbólico que realizan los educadores, permite introducir:
1. Una diferencia. Un caso es distinto al otro. Afirmación simple que requiere de una elaboración para que, a partir de la constatación de esta diferencia, también surjan respuestas educativas diferentes.
2. Un interrogante. No es tan claro que lo que le pasa al niño sea producto de su desamparo social. Es decir, que no sabemos demasiado bien qué le pasa.
3. El síntoma del niño. Aquello que se presentaba como un problema se redefine como la solución que cada sujeto encuentra a su malestar. El analista sostiene, con su deseo, la separación del niño de la tendencia clasificatoria. También así se mantiene abierto lo enigmático de las conductas para poder hacer surgir el saber de los educadores con respecto a una intervención. Cada caso, cada niño, requerirá de respuestas particulares que acojan lo sintomático, sin querer hacerlo desaparecer.
Un ejemplo para ilustrar esto: en una sesión de Soporte Técnico los educadores presentan el caso de una chica de 12 años que les preocupa por sus cambios de humor y a quien querían derivar. Era una chica afable, buena estudiante y que mantenía buenos lazos con los iguales y con los adultos. Pero algunas veces esto cambiaba abruptamente, la joven se encerraba en el lavabo, lloraba, se aislaba y se mostraba muy irritable. La conversación sobre la vida de la chica, sobre algunos significantes de su historia, condujo a hacer evidente una situación que se repetía sistemáticamente y a la que los educadores no habían dado demasiada atención: la madre tenía unas visitas semanales que no cumplía. Cada sábado la joven esperaba en vano que su madre viniera. Sólo de vez en cuando la madre aparecía. Introducir una regulación en estas visitas, espaciarlas y no dejar a la joven frente a la repetición de esta ausencia materna y frente al vacío de la espera, redujo su respuesta sintomática. Pero lo que sorprendió unos meses después fue que la chica, por iniciativa propia, decidió pedir ir al analista por “una dificultad con el lenguaje”. Es así que ella pudo acceder al análisis por su propio síntoma.
La conversación es un espacio donde cada uno puede hablar y crear un saber nuevo sobre la intervención. Esta conversación sostenida a lo largo del tiempo ha generado un deseo en los educadores. Un deseo de formarse, de profundizar en el discurso pedagógico. Y, a la vez, ha generado la demanda de trabajar algunos conceptos del psicoanálisis.
Los educadores están concernidos especialmente por el desvelamiento de la ficción de familia. Sostener el ideal de familia es a costa de restar dignidad a su quehacer: partían del supuesto de que un centro es lo peor para un niño, siendo lo mejor la familia.
Poder poner en cuestión el mito de la familia, donde el padre y la madre, más allá de las personas reales, encarnan una determinada función, supuso una asunción de la responsabilidad que el acto educativo implica.
Algunas veces, después de este trabajo con cada caso, podemos concluir que el niño padece un sufrimiento subjetivo que hace necesaria la derivación al dispositivo clínico. Otro analista acogerá al niño, por su malestar particular.
… caracterizado por tener un efecto superior al que resulta de la simple suma de dichas causas.
Cada caso, cada educador, cada analista
Es en el trabajo de lo particular donde podemos frenar la tendencia a la homogeneización, a la clasificación, a la numeración de los sujetos.
El trabajo de conversación realizado con los educadores me enseñó que es un dispositivo aplicable a todas las instancias que intervienen con el niño: escuela, servicios sociales, pediatras. Siempre que es posible, invitamos a la conversación. En algunos casos, introducimos la duda sobre el diagnóstico (por ej.: “Usted dice que es un TDAH, pero, ¿qué le pasa?). Sostenemos la pregunta sobre la particularidad del malestar del niño, manteniendo abiertos los espacios donde los profesionales también puedan expresar las dificultades presentadas en cada caso. Para encontrar, así, una forma de intervención diferente a la de la segregación o la medicalización compulsiva.
Me ha enseñado, también, que los poderes de la palabra pueden tener efecto en una institución, siempre que haya un analista dispuesto a sostener con su deseo ese efecto que este poder provoca.
Nota
(*) Texto presentado en el Fórum 3: “Lo que la evaluación silencia”. Sábado, 2 de junio de 2012, Sevilla.