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Susana Brignoni Psicóloga clínica. Psicoanalista. Coordinadora del SAR de la F9B

1.

ntervengo el tercer día(*). Eso tiene una ventaja. Me permite por un lado traer mi experiencia y por otro lado me permite dialogar con las experiencias que me precedieron estos días. Todas ellas me han hecho pensar, aprender e interrogarme.

Cuando digo traer mi experiencia es lo que permite que pueda tomar distancia de la idea del experto. No es una experta la que les habla. Soy alguien que me he dejado atravesar por el encuentro con niños, niñas y adolescentes tutelados a lo largo de 22 años, y también con sus referentes: sean padres y madres biológicos, familias de acogida extensa o ajena y, por supuesto, los educadores sociales que se ocupan de ellos cuando están viviendo en los CRAES. Y lo que he descubierto en estos años es que nuestro terreno de trabajo no es el de la certeza sino que es el de la duda, el de la incertidumbre y que no es sencillo convivir con ello. Pero también he descubierto que soportar la duda y la incertidumbre es lo que más conviene cuando uno trabaja con adolescencias, y más aún cuando se trata de adolescencias marcadas por el desamparo.

En ese sentido, si bien creo que las intervenciones en un campo como el de la protección tienen que responder a algunos ideales, ya que los ideales están en el horizonte, implican orientaciones en el trabajo, deben huir de las idealizaciones, ya que creo que cualquier respuesta que podamos dar respecto a las problemáticas que encontramos será sin duda imperfecta. En ese sentido, me llevo para pensar y trabajar con mi equipo, la reflexión de si la cuestión a tratar es entre familia e institucionalización. No estoy segura, después de estos días de trabajo, que haya que plantear la cuestión en términos de elección.

Entonces la experiencia de la que voy a hablar brevemente y que me permitirá hacer algunas reflexiones sobre las adolescencias es, lo digo de entrada, una experiencia que empieza cuando ya se ha producido una separación del adolescente de su hogar porque se ha diagnosticado un desamparo. Y tengo que afirmar que, cuando se diagnostica un desamparo, se produce de manera paralela una destitución de los padres en diversos aspectos, de los que me interesa aquel espacio que los destituye respecto al saber que tienen sobre sus hijos. Este es un tema muy delicado que hay que poner a trabajar de manera inmediata cuando un chico es separado de su hogar. Eso quiere decir que para que la vida en el CRAE no ahonde el desamparo, es necesario de entrada construir espacios en cada una de las intervenciones para restituir ese saber que sin duda los padres tienen. Eso quiere decir que cuando atendemos a un adolescente en el dispositivo clínico necesitamos escuchar también a sus padres. De hecho no se puede hacer clínica con niños y adolescentes sin hacer un trabajo con sus referentes adultos. 

Anteriormente se decía que “la gente puede cambiar”: el tema es qué se hace desde los distintos dispositivos para impulsar el cambio y tengo que decir que a veces la separación temporal puede ser un motor para que ese cambio se produzca.

Pero hay que trabajar esa separación de manera adecuada y para ello los profesionales tenemos que poder diferenciar entre ruptura y separación. Muchas veces la entrada a una institución produce una ruptura de lazos que sitúa al adolescente en una situación de gran fragilidad: los chicos y las chicas ya no saben muy bien quiénes son y es por eso que una de las manifestaciones más habituales en su entrada al CRAE es aferrarse con firmeza, con tozudez, e incluso con una férrea obstinación, a aquellas señas de identidad que tienen que ver con aquellas cuestiones de las que los han privado.

La separación, en cambio, es un trabajo subjetivo que implica una cierta elaboración y que requiere de la producción de una narrativa que el adolescente tiene que hacer acompañado y que le permita reconocerse.  Es decir que uno de los ejes es el acompañamiento. Pero, y lo digo de entrada, los adolescentes necesitan referentes que los acompañen un poco desde atrás. Lo necesitan, sin duda, pero la condición es no darse demasiada cuenta de esa necesidad.

 

2.

La experiencia de trabajo de la que les hablo se realiza dentro del campo de la salud mental desde la Fundación Nou Barris. Atendemos a chicos de 0 a 18 años. Me referiré a un servicio que atiende a una infancia y adolescencia tutelada y que se sostiene del trabajo en común entre los profesionales de SM y los educadores sociales que trabajan en los CRAES.

Pero no solo es: cuando digo trabajo en común, parto de una idea que me parece muy interesante de Alicia Stolkiner: “La interdisciplina nace de la incontrolable indisciplina de los problemas que se nos presentan actualmente y de la dificultad de encasillarlos(1).

 

¿Qué dificultades hemos encontrado y nos han conducido a pensar este trabajo común? Nombraré 3:

1. Psicologizar: cualquier tipo de problemática que aparece en los adolescentes. O pensar que un adolescente maltratado necesariamente tendrá un trauma.

2. Sociologizar: es decir, partir de la creencia de que lo que viene de los padres se hereda de manera lineal: creer que un adolescente maltratado será un maltratador.

3. Medicalizar: que es el obstáculo más actual dentro de nuestro campo, donde se ha perdido la dimensión subjetiva del sufrimiento y los síntomas son tratados como un error a corregir y a silenciar mediante una medicación. Esto es muy importante ya que muestra que el campo de la salud mental se apropia de la idea médica de que la salud tiene que ver con el silencio de los órganos.

En ese sentido puedo decir que, en el campo de la salud mental, al revés que lo ya mencionado, una conducta que hace mucho ruido puede en realidad ser un llamado (es decir un rasgo de salud). Tanto en las infancias como en las adolescencias, son los cuerpos los encargados de mostrar que algo no está yendo bien para el sujeto en cuestión. Parte de nuestro trabajo es ayudar a los chicos y chicas a encontrar las palabras que les permitan decir de qué se trata. Y también, para poder escuchar lo que tienen que decir, hay que tener en cuenta una diferencia fundamental entre el dicho y el decir, entre el enunciado y la enunciación: un adolescente puede estar profiriendo insultos y al mismo tiempo se le caen las lágrimas. Está en nosotros decidir dónde ponemos el ojo para definir nuestra intervención.

Entonces frente a estos tres obstáculos nos forzamos a construir un dispositivo de conversación con los profesionales que están vinculados a los adolescentes con los que trabajamos. Le llamamos soporte técnico. Soporte, no es una palabra cualquiera, ya que apunta a sostener el trabajo que los educadores sociales hacen cada día con los adolescentes (es decir, que es un espacio de formación continua).

Nos reunimos una vez cada 15 días y hablamos de cada uno de los chicos, uno por vez. Intentamos en esos encuentros deconstruir todos los nombres que los van etiquetando: TDAH, ya que en realidad pensamos que lo hiperactivo es el mundo en que vivimos; o un trastorno oposicionista desafiante, ya que nos preguntamos si el entorno del adolescente está siendo demasiado controlador con sus búsquedas y por eso se opone a nuestro control y nos desafía.

No aceptamos los dichos tales como “lo hace para llamar la atención” porque pensamos que, si es así, es porque no se le está prestando la atención adecuada. Es decir que producimos lo que llamamos un desajuste de las identificaciones para permitir que el adolescente pueda empezar a construirse.

De hecho, muchas veces encontramos que los adultos no saben cómo hablar a los adolescentes y que ellos mismos tampoco encuentran las palabras para nombrar su malestar.

El tema del malestar es importante porque en esas conversaciones tratamos de diferenciar lo que es el malestar de la psicopatología. Ya que muchas veces lo que puede parecer un trastorno no es más que la respuesta que el adolescente ha construido frente a la cuestión de la separación.

Por otro lado, trabajamos para derribar los prejuicios que indican que un chico que vive en un CRAE, como consecuencia de esa vivencia podrá ser un criminal, un autista o un toxicómano… La verdad es que no encontramos patologías particulares en los chicos tutelados. En cambio, sí encontramos presentaciones conductuales especiales que posiblemente sean originadas por la deprivación.

3.

Pero ¿qué entendemos por adolescencias? Las nombramos en plural porque creemos que las adolescencias son los modos de respuesta que cada chico o chica construye para tratar las transformaciones que se producen en sus cuerpos, la aparición de la sexualidad en sus vidas y la nueva conciencia del paso del tiempo y la muerte. Es decir que no hay una adolescencia en singular ya que no hay la adolescencia tipo. Hay la adolescencia una por una. 

Las adolescencias son un momento en que se produce una disociación fundamental entre el hacer y el saber. Winnicott(2) decía que si a un adolescente se le daba para leer un libro sobre adolescencias sería un fracaso en ventas porque la adolescencia está para ser vivida. Del lado de los adultos se halla la cuestión del saber y es por eso que una de las crisis fundamentales en las adolescencias la tienen los adultos cuando estos dicen: “No hay quien los entienda”… Es verdad. Los adolescentes nos obligan a repensarnos.

Las adolescencias no son ni un cuadro clínico ni una enfermedad, aunque pueda parecerlo. Pero es cierto que es un momento en que algo se desorganiza y hay que volver a organizarlo. Es un momento en que se pone en juego lo que los adolescentes traen de la infancia. Allí hay tres duelos que se tienen que realizar: sobre el cuerpo infantil, sobre la identidad y sobre la relación con los adultos. Y hay tres preguntas a responder: ¿Quién soy? (identidad); ¿qué quiero? (deseo) y ¿qué puedo hacer? (tiempo). Vemos que implica un trabajo subjetivo arduo, ya que esto es lo que nos explica que a veces los vemos “colgados” o que requieren de intimidad. La intimidad es una de las áreas a valorar en su proceso: tienen que preocuparnos más los adolescentes que aparentemente nos cuentan todo, que aquellos que se niegan a hablarnos o que quieren estar solos. Nos muestran que hay algo de su mundo interno preservado o a desarrollar. Y, por otro lado, plantean un desafío a la institucionalización. Si queremos que ese centro sea un lugar de vida, debe garantizarse que allí la intimidad podrá ser construida.

Para realizar ese trabajo de duelo, muy frecuentemente piden ayuda, pero no lo hacen de modo directo. Ponen dos condiciones para el vínculo. Dos condiciones, que tengo que decir, hacen difícil tanto el acercamiento de los profesionales como el de los padres.

Las dos condiciones son:

1. Hacen una demanda incondicional de respeto: es una demanda paradójica, ya que frecuentemente son irrespetuosos. Pero es fundamental y hay que ceder frente a ella ya que la sensación de falta de respeto aparece cuando la gente siente que no es vista, que no es tenida en cuenta. Eso enlaza al adolescente con su familia: es muy delicado, porque esa condición de “no ser visto” es fuente de segregación. Respetar es incluir y para eso los profesionales tienen que hacer actos de reconocimiento hacia los adolescentes y sus familias.
La otra demanda que nos hacen es que nos dejemos incomodar. Eso apunta directamente a que nos situemos en una posición de humildad, en una posición de aprendices de lo que ellos tienen para enseñarnos. Nos enseñan al mismo tiempo que nos muestran y nos enseñan en tanto no sabemos bien de qué se trata.

2. Para trabajar con adolescentes también hay que trabajarse. A veces nos encontramos con adolescentes cuya fragilidad subjetiva les impide aceptar todo lo que se les ofrece. A veces la oferta que se les hace está devaluada, como cuando se les pide que se formen en algo absolutamente desactualizado y que prolonga la precariedad y, sin duda, aunque moleste, tienen razón en su rechazo. Pero otras veces su rechazo parte de su intolerancia a sentir necesidad. Eso nos obliga a modular nuestra oferta: ni refuerzo positivo ni demasiada expresión de esperanzas. Esto no es impotencia sino una estrategia de abordaje.

 

4.

Vemos así que, más allá de los soportes materiales, los adolescentes necesitan trabajar aspectos que pueden dirigirlos a una cierta autonomía. Pero para ser autónomos es necesario primero estar vinculados. En ese vínculo son muy sensibles a lo que nombramos como el punto desde donde los miramos: podemos fijarlos a una posición o podemos permitirles salir de ellas. Siempre digo que sus desobediencias son a veces obediencias al lugar en el que uno implícitamente los está esperando. Es el caso de esos chicos que los padres o los profesionales consideran como problemáticos. Ellos responden obedientemente al lugar que el Otro les da con sus conductas.

Otro tema que pueden trabajar estando en el sistema de protección y pensando en su autonomía es el hecho de tener que construir una representación en el futuro. La pregunta: ¿qué te gustaría ser cuando seas mayor?, que los niños ponen en juego en la primera escolaridad, es justamente el primer paso en el trabajo de esa representación. Hay que decir que a veces los adolescentes tutelados empiezan a construir esa representación de otra cosa cuando se hallan con nosotros.

 

5.

¿Qué necesitan de los adultos? Esto nos puede ayudar a pensar tanto lo que necesitan de los profesionales como lo que necesitan de sus familias en el proceso de retorno a casa. Necesitan: 

  • de los adultos una acogida que incluya a sus síntomas.
  • Que el adulto entienda que lo que se presenta como un trastorno puede ser en realidad una respuesta a su situación de desamparo.
  • Que los adultos les muestren que hay tiempo.
  • Que los adultos entiendan que ellos necesitan mucho de su entorno para sentirse independientes, pero que no pueden pedirlo.
  • Adultos que resistan la confrontación.
  • Que los padres tengan un lugar para decir.
  • Adultos que puedan diferenciar adultez de omnipotencia.
  • Necesitan un acompañamiento silencioso ya que hay sensaciones de desvalimiento que no pueden reconocer.

 

6.

Decía al inicio que creía que había que huir de las idealizaciones. La medida de protección puede ser un horror o puede ser una oportunidad en la vida de un adolescente y también de su familia. Se necesita un trabajo coordinado entre profesionales donde alguno se haga cargo de estar siempre al costado del adolescente y que esté advertido de que el tiempo de trabajo con las adolescencias lo confrontará con preguntas para las que no siempre tendrá respuestas. Estamos en ello.

Sabemos que tenemos que ayudar a hacer con las marcas… Allí estamos.

 

 

 

Notas

(*) Conferencia dictada en el Seminario Internacional “Desinternación: Vivir en Familia es un derecho”, organizado por las oficinas de UNICEF de Chile y Uruguay. Del 3 al 5 de Septiembre de 2019, Santiago de Chile.

(1) Stolkiner, A. (1987). “De interdisciplinas e indisciplinas”, en Elichiry, Nora (comp.). El niño y la escuela. Reflexiones sobre lo obvio. Buenos Aires. Ed. Nueva Visión.

(2) Winnicott, D.W. (2003). Deprivación y delincuencia. Buenos Aires. Ed. Paidós. 

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