Carlos Borobia Pueyo Profesor de matemáticas de educación secundaria
A partir de mi experiencia docente y de la lectura de dos textos en torno a la cuestión del respeto, presento algunas reflexiones, en el ámbito de la docencia, acerca del respeto por parte de los profesores hacia sus alumnos y las posibles consecuencias en el acceso al saber por parte de estos. Los textos son «El niño y el saber» de Jaques Alain Miller y El respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdades de Richard Sennet.
En el texto “El niño y el saber” de Jacques-Alain Miller, el autor escribe: “… en el discurso analítico la palabra del niño es respetada. ¿Ocurre lo mismo en la pedagogía? La experiencia me dice que no habitualmente. ¿Qué consecuencias tiene la falta de respeto hacia los alumnos? Una de mis hipótesis de trabajo, que puede ser leída de varias maneras, será: respetar al alumno es condición necesaria para que pueda haber aprendizaje y acceso a un saber nuevo, o, que el alumno aprenda es condición suficiente para saber que se le ha respetado, y sus equivalentes lógicas, que el alumno no aprenda es necesario para saber que no se le respeta, o, no respetar al alumno es suficiente para que no haya aprendizaje”.
Richard Sennet, en su libro El respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdades, analiza de forma pormenorizada, desde el punto de vista de la sociología y del trabajo social, el concepto de respeto y escribe: “la falta de respeto, aunque menos agresiva que un insulto directo, puede adoptar una forma igualmente hiriente. Con la falta de respeto no se insulta a otra persona, pero tampoco se le concede reconocimiento. Simplemente no se la ve como un ser humano integral cuya presencia importa. La falta de respeto consiste en no ser visto, no ser tenido en cuenta como auténtico ser humano”. El autor también señala que los adolescentes son particularmente sensibles al hecho de que no se les respete y apunta a la autonomía, entendiendo esta como la capacidad de tratar a otras personas como distintos de uno mismo, como necesidad para que se dé ese reconocimiento.
Es necesario aceptar el hecho elemental de que somos distintos. Por lo tanto, respetar exige la aceptación en los otros de lo que no podemos entender de ellos, el hecho de no tratarles como espejo de uno mismo para que se les reconozca la realidad propia de su existencia personal. Si los respetas no te proyectas en ellos. Al aceptar que podemos no entender al otro, tratamos el hecho de su autonomía en igualdad de condiciones con la nuestra. Y el autor señala lo siguiente: “Se concede autonomía a los maestros o a los médicos cuando asumimos que saben lo que hacen, aunque no lo entendamos. La misma autonomía debe concederse al alumno o al paciente, porque ellos saben cosas de su aprendizaje o de su condición de enfermos que la persona que les enseña o trata puede no comprender del todo”. Dicho esto, no es difícil pensar que el alumno que no se sienta respetado por su profesor, cuando este no le concede autonomía y consecuentemente reconocimiento, se cierre al acceso al saber que este puede ofrecerle.
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Miller, de nuevo en el artículo “El niño y el saber” señala que el niño es el nombre que damos a un sujeto en tanto que se le consagra a la enseñanza, bajo la índole de la educación, es decir, el niño es un sujeto a educar, un sujeto a conducir a dirigir (etimología del verbo ducere que viene del sustantivo dux, que significa jefe). El niño es pues el sujeto librado al discurso del amo por el sesgo del saber, es decir, por mediación de la pedagogía (etimología de pedagogo, que era el esclavo encargado de conducir a los niños), pero que el saber del pedagogo es en realidad un semblante y el verdadero amo está escondido bajo la apariencia de un saber amo o saber del pedagogo. El saber está en posición de semblante y lo que de verdad se pretende es obtener poder. El niño es una apuesta de poder y la educación trata sobre la producción de sujetos. Se trata siempre, según Miller, de reducir, comprimir, amaestrar, manipular el goce del niño para que nuestro saber gane a otros en la producción de sujetos, de ciudadanos. En este sentido, la Pedagogía es del mismo registro que la Psicoterapia, ya que en ambas se acentúa el carácter curativo de lo educativo. Educación como la producción de ciudadanos, en tanto que apuesta de poder para conferirles una identidad. Pero para que esto se produzca, apunta Miller, es necesario que el goce del niño sea descompletado, que sufra una pérdida, manifestándose así el carácter patológico o patógeno de la educación. Se deduce de todo esto, que para que esta pérdida tenga lugar, será necesario haber concedido al alumno cierta autonomía para la toma de decisiones. Por lo tanto, se confirmaría la hipótesis de que sin respeto no hay aprendizaje.
Volviendo al principio de la presentación, cuando Miller señala que la palabra del niño es respetada, indica que el niño entra en el discurso analítico como un ser de saber y no solamente como un ser de goce, que su saber es respetado como el de un sujeto de pleno derecho, sujeto en pleno ejercicio y no sujeto a advenir (como lo es para la Pedagogía, ciudadano a producir, niño a dirigir…). Saber que es respetado en su conexión al goce que le envuelve, que le anima y que se confunde con él. Por lo tanto, saber y goce pueden confundirse.
Señala también Miller, que se trata de despejar en la educación la función que tiene el deseo del Otro, poder poner en cuestión el goce de los pedagogos, goce infame por operar sobre el goce del niño. Pedagogos que a menudo, dice Miller, con su tarea de conducir al niño, de querer curarle, no hacen más que cubrir un goce, su propio goce, el cual incluso desconocen, y que provoca angustia sobre el educado (es aquí donde aparece una falta de respeto, y creo que el ejemplo de Juan lo ilustra con claridad). Por lo tanto, es tarea del instituto del niño, restituir el lugar de saber del niño, lo que los niños saben, si lo que se quiere es respetarlos, permitiendo así el acceso al aprendizaje y a nuevos saberes. Restituir el lugar del saber del niño tiene que ver con esa autonomía que debe concederse al alumno, si lo que se quiere es darle reconocimiento.
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Bibliografía
Miller, Jacques-Alain (2012): “El niño y el saber”. Barcelona. Carretel, n.º 11. Bilbao.
Sennett, R. (2003): El Respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdades. Barcelona. Anagrama.
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