Acerca del riesgo en la clínica adolescente.
¿Cómo ser humano?
Esta frase la pronunció una joven paciente que, convencida de ser extraterrestre, quería poder vivir como los otros, como sus compañeros del centro, como los otros niños del colegio.
No se trataba de contestar a una pregunta que era, en sí misma, un intento de solución, delirante, al agujero en torno a su origen.
¿Cómo ser humano? El interrogante resuena en mí y quiero traer el eco de esa resonancia a esta mesa.
¿Por qué traer esta cuestión, en una Jornada en las que se trata de hablar del riesgo y del desamparo?
Quizás porque entre otras cosas, se trata de construir espacios donde las preguntas esenciales de los sujetos puedan tener cabida.
Desde el principio mismo de nuestro servicio nos planteamos cómo afrontar la dificultad del trabajo con niños y adolescentes tutelados que vivían en centros o con familias de acogida.
Por un lado, ¿cómo hacer emerger el niño particular del grupo, del “todos los niños”? ¿Cómo pensar en el niño, niña y el adolescente más allá del “desamparado”? Por otro lado, ¿cómo se podía sostener el tratamiento clínico de un niño que vive en una institución? ¿Qué adulto iba a hacerse cargo de una demanda tan particular?
La apuesta era pasar “Del menor maltratado a la producción del sujeto” y cito el título de un artículo que publicamos Susana Brignoni y yo misma en el año 2003(1).
Del menor al sujeto
Una de las respuestas a nuestros cuestionamientos fue estructurar el servicio en dos ejes: el Soporte técnico y la intervención clínica. Dos ejes, que se articulaban con la reunión del equipo, donde más allá de las cuestiones organizativas, se trataba de generar un saber sobre el campo en el que estamos trabajando.
Formular las preguntas correctas constituye la diferencia entre someterse al destino y construirlo(2).
¿A qué llamamos ST?
A un espacio de trabajo periódico donde los clínicos nos desplazamos a los centros para establecer una conversación sobre los niños. Sobre uno en cada reunión.
En ese espacio se trata de extraer la particularidad de cada caso, aquel detalle que pudiera echar un poco de luz sobre lo que está en la raíz del malestar de ese niño singular.
No se trata de una supervisión sino de la presencia de un tercero, un éxtimo, cuya presencia vehiculiza una conversación donde educación y clínica pueden generar un saber nuevo sobre la intervención.
En esa conversación un educador prepara el texto sobre el que se trabajará en la sesión. Se elige el caso y el educador hace un trabajo de lectura y de escritura. Escribe sobre los significantes que han marcado la historia del niño y lo que le preocupa a él y al equipo.
Me interesa señalar este momento previo de escritura sobre el caso. Un trabajo que permite hacer aquellas preguntas que se llevarán a la reunión. Hacerse preguntas puede variar la concepción que tenemos de un niño, las formas en que respondemos a sus comportamientos.
La pregunta llevada a la conversación posibilita agujerear las ideas previas sobre lo que significa una conducta, las respuestas rápidas que quieren dar cuenta de cosas que no siempre la tienen. (Lo hace para llamar la atención, tiene un trastorno, etc.).
La puesta en cuestión de algunas ideas preconcebidas, de sentido común, ha cambiado la concepción sobre el trabajo mismo.
Por ejemplo, la idea de que lo mejor para un niño es vivir con su familia. La idealización del concepto de la familia, ha atravesado muchas decisiones en la vida de algunos niños. Hacernos preguntas sobre la función de los padres, sobre quienes pueden cumplir esas funciones en cada caso, pueden evitar retornos apresurados, inclusiones en familias de acogida que terminan en fracaso o frecuencias en las visitas que son iatrogénicas para los niños.
Las preguntas sobre la historia, sobre los detalles de la vida del niño, muchas veces evitan la precipitación en las respuestas de los educadores. Los trastornos del comportamiento de los niños, las actuaciones, los problemas escolares, las dificultades de aprendizaje, los síntomas con la comida, generan una inquietud que impulsan a buscar una resolución rápida, respuestas que, muchas veces, más que resolver, agravan los síntomas. El ST permite un espacio separado del tiempo de la urgencia, un espacio para conversar y evitar pasajes al acto.
Las preguntas sobre el caso pueden deshacer una tendencia a la “hiper-terapeutización”. Muchas veces las conductas que no se ajustan a lo esperado o que se separan de la media llaman a una intervención desde el lado de la salud mental. Dificultades propias de la institución, del momento vital del niño, las reacciones frente a la vida con otros desconocidos, no requieren necesariamente de la derivación a un espacio clínico. Pensar en común qué es propio de la infancia, de la adolescencia o del funcionamiento institucional evita derivaciones masivas al dispositivo clínico
Todos los casos son presentados en este espacio, evitamos así lo que podría pasar desapercibido, enmascarado por el buen funcionamiento. Muchos chicos y chicas no se presentan como problemáticos. Se adaptan muy bien, tienen un buen desempeño escolar. A veces los síntomas de sufrimiento casi pasan inadvertidos. Pero puede existir un dolor, un malestar, una dificultad con la existencia que el sujeto padece. A veces estos sujetos demandan ser escuchados en el espacio clínico.
La conversación en relación con un caso puede concluir en que es necesario derivar al niño al espacio clínico.
El trabajo clínico
La derivación se produce a otro analista, distinto del que hace el Soporte Técnico.
Hablaré brevemente de un caso que, después de ser presentado en el ST, fue derivado y acude al espacio clínico.
[….]
La subjetividad en riesgo
El reverso de Blade Runner
Esta cuestión atraviesa Blade Runner, película de 1982 del director Ridley Scott. En el film la Tyrell Corporation es una la empresa que fabrica seres genéticamente iguales a los humanos, potenciándolos con unas aptitudes especiales para desarrollar actividades en el espacio. Tienen una duración limitada, una fecha de caducidad. Son seres sin historia. Pero, el creador Sr. Tyrell, decide hacer una replicante especial: alguien a quien se le instala una historia, unos recuerdos. A diferencia de los otros replicantes, ella puede pasar el test que diferencia a un humano de una réplica sin ser detectada.
Una mujer, con la misma genética que los humanos, con lenguaje y recuerdos de una historia familiar. Y que no sabe cuándo va a morir.
Si traigo hoy esta película es porque en el film encontramos las dos vertientes de lo humano:
– Un conjunto de genes de homo sapiens, perfectamente construidos y conocidos, programables
– Un cuerpo que tiene una historia, un nombre, un anclaje en una genealogía. Podría decir, un sujeto.
Quizás el verdadero riesgo que corremos todos, niños y adultos es que, desamparados ante una sociedad de consumo, vivimos en el reverso de Blade Runner: si el creador Tyrell implantaba recuerdos, generaba una historia, ponía nombres y lugares compartidos con una familia para humanizar a sus creaciones; por el contrario, estamos asistiendo al borramiento de las historias, la desaparición de las palabras propias para nombrar el malestar, la observación de las conductas para clasificar los comportamientos, la entronización de la genética como explicación de todos los acontecimientos de la vida humana.
La sociedad actual, para la cual podemos utilizar distintos nombres –sociedad líquida, sociedad de la transparencia, sociedad globalizada, sociedad neoliberal–, se caracteriza por “una transformación del ser hablante, mortal y sexuado” en un ente considerado capital humano”(3).
Considerados como consumidores, los seres humanos habitamos en un mundo donde todo puede ser mercantilizado. Desde los objetos más banales, hasta el agua y las semillas pueden transformarse en un bien de consumo. En la era de la comunicación, los algoritmos saben más de nosotros que nosotros mismos. Si escuchas esta canción quizá te pueda gustar…
Podemos ser estandarizados, formamos parte de distintos conjuntos y contribuimos a hacer estadísticas, generando un concepto de normalidad que no es más que una media. Todas las desviaciones de esa media serán pasibles de ser denominadas enfermedades y podrán ser medicadas.
Entonces la inquietud motriz, la preguntas cuestionadoras, la tristeza existencial, rompen la lógica de “la sociedad positiva”(4) y terminan siendo merecedoras de corregirse, para lo cual nada mejor que unas pastillas fabricadas para tal fin. Como en una reedición versión siglo xxi, habitamos “Un mundo feliz”.
Asistimos a ese proceso cada vez más alienante en el cual nos podemos convertir en clasificadores de conductas desviadas.
El riesgo de homogeneización que nos preocupaba en los niños, es un riesgo que también nos incluye a nosotros, a los que trabajamos en salud mental, conminados muchas veces a ser meros ejecutores de protocolos.
Veinte años después
Nuestra apuesta por la palabra se ve hoy redoblada:
Generar espacios para hacer preguntas a esos seres de lenguaje que somos los humanos, hacer un espacio para la subjetividad de cada uno, para el drama de la existencia humana.
Notas
(*) Texto presentado en las XIII Jornadas de la Fundació Nou Barris: Riscos i desemparaments en les infàncies i adolescències: Quins reptes pels professionals?
(1) Brignoni, S.; Esebbag, G. (2003): “Del menor maltratado a la producción de un sujeto: una experiencia del diálogo entre el psicoanálisis y la educación social”. Barcelona. En Freudiana, n.º 36.
(2) Bauman, Z. (2016): La Globalización. Consecuencias humanas. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.
(3) Aleman, J. (2018): “Neoliberalismo y posfascismo”. En Página 12.
https://www.pagina12.com.ar/112825-neoliberalismo-y-posfascismo
(4) Byung-Chul Han (2013): La sociedad de la transparencia. Barcelona. Herder Editorial.
Encontrarán la versión completa del presente artículo en la versión impresa