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La obra de arte, a veces nos ofrece una mirada que nos interpela y se adelanta a nuestra propia comprensión ante un acontecimiento humano. En ese sentido, Lacan nos recuerda que el artista siempre nos precede, nos abre el camino. Refiriéndose a la novela El arrebato de Lol V. Stein, afirma sobre su autora: “Marguerite Duras revela saber sin mí lo que yo enseño”.

Esta referencia al arte, al artista, la recordamos después de ver la película Joker. Pero, ¿por qué recordar la cita y la película en este lugar, en el editorial de esta revista? Porque el creador del film también nos revela algo de la situación de fragilidad del sujeto postmoderno, algo que concierne al trato, a la respuesta que recibe a su malestar.

La película, distopía que transcurre en Gotham, la mítica ciudad de Batman, nos acerca angustiosamente –a través de la historia de Arthur Fleck, el Joker, el payaso trágico– al desamparo en que se encuentran los humanos más frágiles en una sociedad sin estructuras sólidas de protección social.

Nos vemos confrontados a una realidad que tememos se acerque cada vez más a la que la obra nos muestra: la población se empobrece y los servicios públicos no alcanzan. Ya conocemos el crecimiento de la presión asistencial, las largas listas de espera, la falta de plazas en hospitales de día o de recursos especiales para aquellos que padecen trastornos mentales.

Por otro lado, nos preocupa el empuje creciente a considerar el origen de las enfermedades mentales en la genética o en el cerebro, empuje que ha producido una suerte de pensamiento único donde otros abordajes son excluidos como acientíficos, evitando el debate teórico.

Al parecer, cuando se extendió con entusiasmo la idea de que los trastornos mentales eran problemas cerebrales, creció la ilusión de que, encontrando las medicaciones adecuadas, los pacientes se curarían y se reducirían los enfermos psiquiátricos. Tal optimismo ha sido desmentido por la cruda realidad: cada vez son más las personas que padecen enfermedades mentales y, en lugar de curarse, su situación se ha cronificado, convirtiéndose muchos de ellas en dependientes de por vida. Esta constatación no ha llevado a un diálogo entre las distintas orientaciones de la psicología. Por el contrario, en nombre de la ciencia se rechazan orientaciones teóricas y clínicas que han demostrado su racionalidad y su eficacia.

Pero nuestra posición frente a las dificultades con las que nos topamos, más allá del lamento o del pesimismo, es proponer espacios de encuentro, como, por ejemplo, nuestras Jornadas de Debate. Espacios para transmitir una manera otra de abordar la enfermedad mental, el sufrimiento humano. Y, también, para escuchar a otros, otros discursos y otras instituciones que nos enseñan y nos ayudan a abordar las problemáticas con las que a diario nos encontramos.

Otra propuesta frente a las dificultades es la publicación de L’Interrogant con la intención de difundir distintas formas de hacer frente a la enfermedad mental.

En el mundo distópico del Joker los seres humanos deambulan solos por una ciudad sucia e inhóspita. El payaso trágico no encuentra, en ese mundo hostil, un lugar donde hacer hablar a su malestar. Resuena su queja, dirigida a quien lo atiende: “Ud. no me escucha”. 

Es ahí, donde reside nuestra responsabilidad: como psicólogos y psiquiatras que trabajan en la salud mental, garantizando un espacio para la escucha del ser que sufre. Y como ciudadanos, reclamando políticas que reduzcan las situaciones de segregación y favorezcan las inversiones necesarias para la atención digna a todos aquellos que padecen de un malestar psíquico.

Porque, y la película nos lo muestra, los seres humanos que son abandonados a un destino de precariedad y exclusión, pueden reaccionar, algunas veces, de la peor manera posible.

 

Graciela Esebbag

Directora de L’Interrogant

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