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Miguel Ángel Vázquez. Psicoanalista, psicólogo clínico. Servicio de Rehabilitación Infantil y Psiquiatría del Hospital Universitario La Fe de Valencia. Miembro de la ELP y la AMP

12_contraEl título de este texto puede ser escuchado primero como una voz. Como una consigna, una protesta, una reivindicación; una voz que sale de algún lugar desconocido, sin referencias sobre quién la emite, ni a quién se dirige y, aunque no le pongamos signos de admiración, suena imperativa. Podríamos designarlo como un S1 solo, en la nomenclatura lacaniana.

Pero el título me surgió junto a una cita de Lacan que se encuentra en sus “Dos notas sobre el niño” que recordé reducida a la frase “… un deseo que no sea anónimo”(1). Esta frase, que designaríamos como S2, responde a la primera S112_contra02S2 y evoca una estructura más compleja que sí necesitaría de alguien que la sostenga. Se constituye así una cadena S112_contra02 S2 que produce algo nuevo, un efecto subjetivo, como consecuencia de su articulación, más que por el valor intrínseco de cada enunciado o la suma de los dos.

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El efecto que esta cadena ha producido en mí, ha sido el desarrollo de esta intervención que propone una respuesta a los efectos de anonimato que produce la sociedad hipermoderna, sostenida sólo en el desarrollo de la ciencia y la tecnología y ordenada a partir del protocolo, la evaluación y las consignas (S1) del saber experto.

El psicoanálisis no es una clínica de consignas (S1, S1, S1…) que pretenden adecuar el funcionamiento de un individuo a lo que se considera el margen normativo promedio, obtenido por métodos fundamentalmente estadísticos. Es una clínica del sujeto, de los efectos de sujeto (S112_contra02S212_contra03S) que se producen con la necesaria implicación de un deseo que no es calculable pero que tiene la capacidad de generar un sentimiento de vida.

II

Quería abordar la cuestión del anonimato en relación a mi práctica hospitalaria.

Además del anonimato, otro de los efectos de la sociedad hipermoderna es la desorientación de los sujetos contemporáneos incapaces de hacerse cargo de su deseo.

En el modelo de gestión que se implanta en el ámbito sanitario, estamos reducidos a estadísticas, nuestro caso siempre se aborda en comparación con la media y se trata con la referencia del saber experto. Éste se nos presenta a modo de consignas imperativas (S1) en el marco de protocolos que se organizan para conseguir una mayor eficiencia en los procesos y, de este modo, no quedar contaminados por lo subjetivo (S1//S2).

Cuando nos llaman en las consultas médicas, por ejemplo, nuestros nombres aparecen en las pantallas en forma de un código alfanumérico. Toda una nomenclatura protocolaria nos iguala, nos despoja de lo singular y nos direcciona a través de sus circuitos, para conseguir la mayor eficacia y eficiencia en los procesos.

Nuestra particularidad es, al fin, tomada en consideración cuando tomamos contacto con las pruebas médicas —cada vez más sensibles y precisas para detectar lo disfuncional o lo alterado— o con las técnicas de intervención, cada vez más capaces de arreglar los desarreglos, sustituir lo que no funciona, aliviar lo que no tiene arreglo… Y un poco más allá, producir vida en entornos estériles, hacer vivir a los que no hubieran sobrevivido (grandes prematuros o graves lesionados…) o mantener con vida a aquellos para los que esa vida está reducida a las constantes vitales. En todo esto no cabe duda que sí hay un cuidado particular para que un usuario no sea confundido con otro.

Todo se hace por el bien del usuario, pero sin contar con el sujeto que lo habita.

Subyace la concepción ideal de un sujeto reducido a su biología, como una máquina biológica con una autoconciencia que querría lo mejor para sí, lo más adaptativo. Los expertos, entonces, con su saber objetivo, le ofrecerían toda una serie de indicaciones para conseguir este objetivo: no fume, haga deporte, coma sano, piense en positivo…

No es tomada en cuenta la interpretación que el sujeto hace de lo que le pasa, cuál es su relación con la vida y qué posición toma ante ésta. En estos procesos el sujeto queda reducido a un objeto y ello suele tener consecuencias.

Me encontré con un paciente transplantado cuya intervención médica había sido un éxito y, sin embargo, se encontraba sumido en una gran depresión, sin ganas de comer, ni hacer los ejercicios prescritos, etc. Sabía que si no respondía su vida estaba en peligro, pero una inercia particular lo mantenía inerte, excéntrico a su discurso consciente que le aconsejaba hacer lo que le prescribían. Había decidido operarse porque quería seguir viviendo.

Este transplante lo había separado varios cientos de kilómetros de su lugar de residencia durante una larga temporada, había sufrido una gran intervención en la que fue reducido a una total pasividad, siendo manipulado y tratado como un objeto, lo que le llevó a perder sus propias referencias y enajenarse de sí mismo.

Dos o tres entrevistas en las que pudo hablar de su vida, sus amigos y aficiones —entre las que se encontraba la caza—, fueron suficientes para salir de ese estado. Me relató el ritual de la caza en el que, después de cobrar las piezas y antes de volver a casa, hacían una comida en la que los propios cazadores las despiezaban y las comían.

Comenzó a comer y se recuperó a partir de estos enunciados en los que se incorporaba como sujeto activo, a partir de ese rasgo particular del ritual de la caza. Reeditaba así su vínculo con la vida, que había quedado aplastado por efecto de la intervención, vínculos que las consignas no conseguían animar.

III

El lugar de trabajo que actualmente tengo en el hospital es un observatorio privilegiado ante los efectos del impacto producido en los sujetos ante el encuentro con este modelo médico. Durante siglos la medicina tomaba en cuenta a los poderes de la palabra como a un instrumento que formaba parte de su práctica.

En el servicio donde desarrollo mi trabajo, recibimos a los niños que han tenido complicaciones o algún problema en el nacimiento (prematuridad, lesiones cerebrales, síndromes diversos), retrasos madurativos, etc. El rasgo común es que han tenido un contacto precoz, y a menudo intensivo-intrusivo, con las técnicas médicas y muchos de ellos presentan signos de desconexión del entorno; podríamos decir que han tenido dificultades para humanizarse, que su primer encuentro con el mundo ha sido con la máquina, como objetos de la técnica.

Recibimos también a los padres que han pasado por experiencias complicadas que han impactado en su subjetividad: la muerte de un hijo, el encuentro con un niño lesionado, la visión no humana y traumatizante del niño, invadido por tubos y conectado a múltiples máquinas, en la que no pueden reconocer al hijo.

Y todavía un elemento más, el encuentro con la información médica, los pronósticos, los tratamientos, las evaluaciones y sus consignas. La posición que los profesionales que realizan estas tareas tienen respecto a la realidad más compleja de un niño, incluso de un recién nacido, y de sus padres, es fundamental para el curso posterior de los acontecimientos. Este encuentro a menudo es muy estragante.

Los padres, enfrentados a esta realidad extraña, a menudo se sienten desorientados, enajenados respecto a su deseo más particular sobre el hijo que, así, queda aplastado. Este deseo particularizado hacia el niño es imprescindible para la operación de humanización que Lacan destaca en sus “Dos notas sobre el niño”(2).

En ella resalta que, más allá de la satisfacción de las necesidades del niño, la función fundamental del padre y la madre es la de una transmisión que permita la constitución subjetiva del niño, su humanización. Ello implica, dice Lacan, el encuentro del niño con un deseo que no sea anónimo, que esté encarnado en alguien. Alguien que lo reconozca, que lea en sus gestos, incluso en sus movimientos reflejos, una intención, un rasgo de la familia, una respuesta a algo que se le ha dicho que lo particularice y diferencie de los demás y lo haga amable más allá de la dificultad, la lesión y los cuidados, y que, además, lo incluya en el universo de los padres al que ha advenido.

Esta operación no tiene una consigna (S1) que la haga posible, tiene las características de un encuentro en el que el niño real —el que se acaba de conocer— produce un eco que moviliza el deseo del padre y/o la madre, quienes lo reconocen como algo propio, y, a partir de entonces, se dirigen a él de una forma particular; es decir, la vivencia del niño con algo extraño también tiene sus consecuencias. Para que el encuentro sea efectivo, también es necesario que al niño le llegue este gesto del Otro y que de alguna manera, en algún momento, responda consintiendo o rechazando aquello que le llega como propuesta. Es lo que Lacan denominó ‘La decisión insondable del ser’, que sólo reconocemos por sus efectos.

Esta operación, no responde a un instinto en el que la exposición del recién nacido, a la señal de reconocimiento, produce una respuesta automática de adhesión mutua. Tampoco es el resultado de un proceso de maduración biológico predeterminado, ni del cumplimiento de los hitos de un desarrollo evolutivo que sea consecuencia directa de esa maduración. Hace falta una movilización subjetiva que toma la forma de un encuentro que supone, por un lado, un reconocimiento íntimo que da lugar a lo nuevo y, por el otro, un consentimiento. Cuando algo de esto no se produce, el niño rehúsa vincularse al mundo al que ha advenido y muestra signos de desconexión que a veces se muestran radicales.

En el modelo actual, cuando un niño tiene problemas se aplica toda una serie de protocolos de actuación, tratamientos y consignas basados en el desarrollo neurobiológico y se pide a los padres que también los apliquen. Ellos cumplen con todas las consignas y realizan todos los tratamientos, pero no es suficiente para que el niño se conecte; la suma de todos ellos no producen un sujeto, alguien con una posición propia y un interés particular por la vida y el entorno.

Éste es el punto sobre el que suelo intervenir.

Cuando en las entrevistas los padres pueden localizar un rasgo particular en el niño, una respuesta de éste a una iniciativa de ellos, más allá de la necesidad, o, por otra parte, pueden interpretar algún gesto del hijo como una demanda hacia ellos. Cuando esto ocurre, el niño sale del anonimato y los padres mismos también son capaces de tomar la iniciativa y significarse más allá de las prescripciones y los tratamientos que les son impuestos.

Esta toma de posición suele tener consecuencias en el niño que comienza a dar señales de vida en esta nueva atmósfera humanizada. Comienza a tomarse interés por el mundo, con el límite del daño sufrido, y sus respuestas se pueden contabilizar como terapéuticas, incluso en el ámbito del desarrollo evolutivo.

Este tipo de intervención es una modalidad que denominamos Contra el anonimato del sujeto en la sociedad hipermoderna, donde cada vez más se presentan tratamientos que buscan salvar, desarrollar y optimizar, pero que a menudo producen el efecto paradójico de una vida sin sentimiento subjetivo de vida.

IV

Voy a hablar de un caso. Se trata de una niña de 23 meses, resultado de una gestación gemelar en el que uno de los gemelos se perdió a la 8ª semana de gestación. Diagnosticada de un síndrome dismórfico no identificado, hidrocefalia, pérdida de visión en un ojo por leucoma mientras en el otro conserva sólo un 10%. Acude a diversos especialistas. Es remitida por la médico rehabilitadora porque según la madre no interacciona, rechaza el contacto corporal y “va a su aire”; no pide nada, aunque sí le interesan los cuentos en los que señala dibujos para que la madre le diga lo que son. Hay dos palabras, los nombres de los dos personajes de los dibujos que le gustan. Le habían operado de los ojos (estrabismo y nistagmus) la semana anterior, parecía ver mejor y llevaba gafas. La madre comentó que desde hacía 15 días había comenzado a consentir que un adulto le tocara las manos y, también, que los niños se le acercaran. Antes en la guardería permanecía siempre sola tocando un piano que era su único objeto. Interpreté que más allá del síndrome o enfermedad que pudiera tener, estas conductas de la niña mostraban su intento de vincularse al mundo. Introduje un sentido para esas conductas, que permitían suponer una decisión, una intención y, en definitiva, un sujeto más allá del límite orgánico. Le propuse a la madre que la acompañara y le ofreciera nuevas posibilidades, dando tiempo para la respuesta de la niña.

La quincena posterior confirma una mayor apertura en diversas áreas: ha ampliado las palabras y comienza a repetir la última sílaba de las palabras que le dicen. Si la madre le pregunta por lo que ha hecho en el colegio, responde con una jerga significativa. Se encuentra interesada por más objetos y comienza a tener expresiones de afecto y sonrisa. En la escuela juega con diversos juguetes y con otros niños. Propuse a la madre priorizar la conversación a la corrección de la dicción y respetar las reservas que la niña mantuviera.

Ese día me encontré por primera vez con la niña. No había contacto visual pero aceptaba mis propuestas y se interesaba por la construcción de torres con bloques grandes y también por su color. Cuando terminaba de construir mostraba cierta alegría sin sonrisa y su cuerpo se tensaba brevemente, algo desbordada. Si la dejaba sola, entraba en una metonimia repetitiva llevando todos los bloques de un lado a otro de la consulta.

En la tercera sesión la madre comenta la continuidad en su apertura: ahora en el colegio imita los movimientos y los bailes colectivos que hacen en clase. Sonríe más en situaciones de consecución de alguna cosa. En la sesión con ella me mira por primera vez mientras jugamos y describo una actividad que está haciendo, su juego es más diverso y no se producen derivas metonímicas. Juega con el autobús que tiene una puerta que abre y cierra, metiendo su mano como si ella misma quisiera entrar. Introduce muñecos en él y me lo lanza esperando a que lo devuelva.

En este caso la niña había decidido una apertura saliendo de su aislamiento. Acusar recibo de esta respuesta y confirmárselo a su madre, más allá de los ítems y pruebas que pudieran nombrar su síndrome, permitió a esta mujer entrar en la conversación con su hija de una forma particularizada. Esto ha sido suficiente por ahora para mantener abierta una brecha por la que el sujeto se pueda seguir construyendo. No hay garantía, pero eso está en marcha.

En la última sesión la niña decidió entrar sola a la consulta y cerró la puerta para seguir su tarea.

Notas

(*) Intervención realizada en el Seminario de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, preparatorio del VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, El orden Simbólico en el siglo XXI, “No es más lo que era”.

(1) J. Lacan (1988): “Dos notas sobre el niño”. Intervenciones y textos 2. Ed. Manantial, Buenos Aires, p. 56.

(2) Op. cit., pp. 56-57.

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